El cielo está llorando tu ausencia, fría como la ventisca de invierno. La crudeza y su soledad inundan mis espacios, haciendo colapsar mis sentimientos.

La brutalidad de tu adiós golpea fatalmente mis recuerdos, que, al sonido lejano de tus pasos, va desvaneciendo mi ánimo del mismo modo que lo ha hecho tu frágil vida.

La magia de tus ojos se fue apagando, un día ya no se encendieron más, en ese instante mi camino se tornó oscuro y tú mano ya no tomo más la mía para apoyarme durante este difícil camino.

Mi corazón se ha encogido con el crujido del silencio, aquél lugar que un día ocupaste ahora se encuentra solo, allí posa tu esencia y pequeños fragmentos de lo que eras, pero ya no estás tú, ya no está eso que tanto me impregnaba de alegrías.

La memoria de nuestros buenos momentos me hace recordarte, pero cuando mis pies rozan el suelo, una nube de oscuridad anuncia que todo aquello a partir de hoy quedará en el pasado y que mañana, la vida seguirá, seguiré, seguiremos, pero ya no juntos, ya no por el mismo camino.

Fotografía: Tomé Duarte