Nos echaron de todas las cantinas de República de Cuba, en Garibaldi, hubo una balacera con 2 muertitos, los federales, no nos dejaron pasar. En Isabel la Católica, todo era demasiado caro. Se nos agotaban los lugares para seguir bebiendo, y yo, yo no podía dejar pasar esa noche sin intentar robarle un beso aunque sea. Ella dispuesta –vamos a buscar un café de 24 horas- me dijo tomándome del brazo echándose hacia adelante.
Su vestido, ligero y estampado color salmón arriba de sus rodillas ocultas por sus medias. Sus botines de cuero, muy de ella. Estudio lingüística y en aquellos años en la universidad, fuimos camaradas, nos besamos, revolcamos, celamos y herimos, como las parejas ortodoxas, pero nuestra filosofía y pose hippie era más cabrona que las emociones. Claro en aquel entonces.
Cerca de las 3 am caminando por Izazaga dimos vuelta al azar en 20 de Noviembre. Lo encontramos, un café de toda la noche, con mesas y sillas, ideal para soportar el frío de enero, además estaba solo. Pero no podríamos entrar sólo a sentarnos a beber café, necesitábamos seguir embriagándonos, lo nuestro era el alcohol y las verdades. Al fondo del café había una barra, del otro lado de la misma, un empleado notablemente desvelado y con sobre peso, que parecía rogar porque nadie entrará a interrumpir su sueño. ¡De aquí somos! Pero, nos faltaba chupe, así que nos clavamos al Seven más cercano –dos anís mico de cuarto, por favor-.
Al llegar con el empleado obeso, ordenamos 2 americanos, grandes, cargados. Ya en nuestra mesa vertimos un cuartito del cuartito y seguimos la charla. El empleado entre el sueño y la desconfianza, parpadeo y aposto por el sueño. Su pequeña bocina portátil lo arrullo escuchando alguna estación de FM. Nosotros aprovechamos su cansancio para prender un cigarrillo, que evidentemente, estaba prohibido dentro del local.
Seguimos bebiendo y tirando netas del pasado y cantándonos cosas que en su momento ni sobrios, tuvimos el valor:
- ¿Por qué te cogiste a aquella morra en la universidad y no me lo dijiste?
- Te fuiste de viaje con aquel cabrón y me avisaste al regreso
- Nunca me dijiste que habías tenido un retraso de 2 meses
- ¿Por qué hasta hoy sé que te tiraste a la maestra de historia?
En fin, lo resolvimos todo lo mucho o poco que quedaba por resolver, y yo, no le quitaba la vista a sus labios. Se levantó de su lugar a la mitad de su café y se sentó junto a mí. Hablamos más de cerca hasta que la cajetilla de consumió, y el café igual, así que bebimos en los vasos anís solo
-¿Por qué se llamara mico? – le pregunté.
Cerca del amanecer, nos habíamos besado de mil formas, de las más tiernas, a las más incendiarias. El empleado de vez en vez alzaba su vista hacia nosotros, los únicos clientes en semanas enteras en el horario nocturno de la cafetería.
A la muerte de la primera botella, ella se levanta y va al baño. Mientras tarda algunos minutos dentro, imagino que sólo debe alzar su vestido, bajar sus bragas y orinar ¡Me prende!
Harto de la estación de pop, recuerdo que en mi mochila traigo mi mp3, al mismo que le caben sólo 30 canciones de las cuales 20 son de The Velvet Underground. Me levanto, ante la mirada expectante de empleado camino hacia la barra, le pido un café más, esta vez chico, todo para suavizar el favor que quiero de él. –Oye ¿pondrías en tu bocina esto?- dándole mi memoria. Él la coge, me dice que sin problema y me cobra 22 pesos del café. Me da 18 pesos de cambio.
Regreso a mi lugar y ella aún no vuelve. La música tarda en sonar, y al unísono de Sister Ray ella irrumpe de nuevo el espacio dejando atrás la puerta del baño. Su cara mojada delataba su cansancio. Se volvió a sentar a mi lado, yo me recorrí tímidamente. No reparó más y me besó. Esta vez más largo y más húmedo. Abrió sus piernas y llevo mi mano a sus muslos. No paramos. Nos levantamos y en un acto intrépido, los dos terminamos en el baño. Estuvimos dentro tal vez 15 minutos, o más. Lo sé porque mientras cogimos escuché del otro lado de la puerta Over You, After Hours, What Goes On, y justo al empezar I’m sticking with you el lavabo no soporta más su peso y se vence. Ella queda colgada de mi cuello, así que la pongo de pie con cuidado. A los pocos segundos el espejo cae y una fuga de agua nos baña. Los muchos pedacitos del espejo en el piso, nos reflejan abrazados desde muchos tamaños.
Tan rápido como pudimos, acomodamos nuestras ropas, la tomo de la mano y salimos corriendo. En el pasillo del baño nos topamos a toda marcha al empleado, que gracias a su sobrepeso no nos encuentra en pleno acto. Nosotros los esquivamos sin dar explicación, su intento por jalar de mi saco es inútil y logramos sortear su intento por retenernos.
Al llegar a la puerta se da cuenta del desmadre que hemos hecho y enseguida imaginó la escena. Ella arriba del lavabo con las piernas abiertas y yo en medio.
Al correr hacia la puerta me doy cuenta que ya amaneció. Llegamos a la puerta, y reparo que mi mp3 sigue en su bocina. No podía dejar mi aparato ahí, es lo que aliviana en el metro. Pienso.
La suelto de la mano y le digo que me espere en la esquina, que la alcanzo y la empujo hacia afuera, ella sin apego alguno sale y sigue corriendo. Yo me trepo al mostrador para sacar el mp3, pero el empleado me baja de un solo tirón y me echa al suelo – no mamen, lo tienen que pagar o me lo van a cobrar a mí- me dice, mientras ya llamaba a la tira.
La verdad no hice mucho por escapar, del otro lado de las puertas la vi pasar con cara de preocupación pero al verme recargado en el mostrador sometido por el obeso, sabe que no hay marcha atrás. Me manda un beso y se aleja haciéndome la seña universal de “nos llamamos”. I’m sticking with you es una mierda, vuelvo a pensar.
Al llegar la policía me toman los datos, curiosamente la música nunca dejó de sonar. Me suben a la unidad 47A. Al salir miré al cielo, es un hermoso azul de amanecer de mi día favorito, sábado. Al salir de la tienda, caigo en cuenta que mi mp3 valió madre, se quedó conectado, y subo a la patrulla mientras suena Femme Fatale. Hacerlo en baño fue una locura que bien valdrá la pena las horas en el MP. Nunca amé tanto la voz de Nico.
Fotografía por: Li Guanqun
Antes de ser enunciados que podamos comprender, las palabras son sonidos que podemos sentir.
– Greil Marcus