Las muchachas se van hacia el violeta

Nos movíamos ligeros del borde de la vereda de álamos sin perder el rumbo hacia los edificios altos. Una columna de luz se colaba entre las infinitas ramas y hojas que se movían apenas por el aire todavía frío del comienzo de la primavera. El envión de luz nos cruzaba de pronto y me dejaba ciego. Luego todo fue nítido. Ya no estabas ahí tomándome plácidamente de la mano. Como a través del ojo de una abeja todas las personas próximas eran tú. Primero me desconcerté, pero después sentí una erección, si todas eran tú, todas eran para mí. Cerré los ojos y pensé que al abrirlos estarían desnudas, todas con los pezones erizados y listos para mis manos. Al abrir los ojos estaban tal y como las imaginé. Las nalgas apretadas, los triángulos de vello expuesto, el cabello atado en una cola de caballo destellando al sol de la tarde. Todas eran tú y ninguna estaba realmente a mi alcance. Las muchachas se van hacia el violeta, me dije, y desperté sudando.