Nacer y desarrollarte en una comunidad donde tan solo viven un poco más de mil habitantes, suele ser un poco desalentador para cualquier persona.
A lo largo, me inculcaron el típico estereotipo de toda mujer conservadora: naces, creces, te casas, engendras hijos y vives tu vida deseando que se acabe; siempre amando a tus progenitores.
Pero siempre quise ser mucho más que eso, deseaba hacerme notar; por eso desde pequeña cree un libro de vida para mí, algo fantasioso hoy en día. Mi objetivo era: naces, creces, estudias, encuentras el trabajo perfecto, recolectas dinero y no vuelves más a pisar el lugar donde fuiste infeliz. Claramente no ha sido así.
No soñaba con ser una estrella, pero siempre he querido ser reconocida por alguna razón.
No las razones que salen en los libros de Record Guinnes, no, yo no quería ser la chica que soporta cuatro años sin pestañear o la mujer con el cabello más largo del mundo. O que algún acontecimiento marcara de por vida mi existencia, siempre he querido algo diferente. Mucho más mundano.
Muchas de las cosas que he soñado, no las he obtenido y quiero recalcar que no me siento orgullosa de eso. Al contrario, vivir lidiando con los demonios del fracaso no es algo que disfrute.
Cada día que pasa y suelo observar el suelo árido que me rodea, me pregunto: ¿Por qué aquí y por qué no en otro lugar? ¿Por qué a mí y por qué a nadie más? ¿Yo debo ser alguien del montón y acostumbrarme?
Suelo pensar en los millones de habitantes del mundo entero y enseguida me siento minúscula.
¿Qué debieron hacer las personas más exitosas del mundo para obtener la vida que tienen? ¿Por qué son tan pocas? ¿Todos nacemos para conformarnos?
La vida constantemente me ha dicho que no sueñe, que pare en seco y no siga fantaseando, esa misma vida me ha puesto tantos obstáculos… que contarlos resulta una tontería.
Me he encasillado entre mis letras, mis fotografías y las posiciones de yoga que falsamente me dicen “Hoy tu chacra se alineó para que puedas dormir”, cuánta falsedad recae en mí. No he podido conciliar el sueño por semanas y he bebido tanto café por las mañanas que mis riñones ya me están cobrando factura.
No hay respuesta absoluta para ésto, realmente hablar de la vida es algo que todo ser humano debería hacer, para al menos entender que se es minúsculo la mayoría del tiempo. Que no somos tan grandes como nuestro ego y que somos tan frágiles como una hoja seca.
Últimamente ni la brisa de los arboles me da esperanza, aborrezco el canto de los pájaros y el sudor que cae sobre mi frente. No soporto pensar que puedo yacer aquí, entre éstos campos que me vieron crecer.
No imagino mi vida entre los mismos rostros.
Siempre he pensado que nací para algo más, que fui hecha para sobresalir, pero nunca he sabido cómo, ni cuándo, ni dónde. Y la vida se encarga de confundirme más.
Me culpo diariamente porque quizá mis expectativas son muy altas, porque mi valla de vida la construí con ladrillos muy pesados.
Tal vez nunca pueda obtener la casa de mis sueños, con una gran sala de estar para toda la familia, una gran cocina para atenderlos y dormitorios donde pudiésemos soñar más alto de lo que somos. Quizá los decepcione y nunca arregle la cañería del baño, ni tengo sabanas de seda o al menos aire acondicionado para evitar que mi frente siga emanando charcos de agua con sal.
Cuando un individuo ha sido flechado por la tristeza, no hay campo abierto, ni mar, ni brisa, ni lluvia que lo salve.
Fotografía por asketoner
Soy comunicologa, fotógrafa, escritora empedernida que se esconde en un pequeño pueblo de Veracruz sin acceso a internet.
La mayoría de mis fotografías son retratos y ensayos que salen de mi cabeza de vez en cuando. Prácticamente desempleada que desea vivir de su arte, pero que también comprende la realidad de contar con alimento y ser victima del capitalismo/consumismo.