En tu camisón cabíamos los dos

Unas tetas que no han pasado por las manos de otro no son unas tetas. La solución siempre es sencilla: hay que ofrecerlas, darlas, dejarlas estrujar. Afortunadamente esa mañana, porque era una mañana, me las entregaste a mí.

Un carpintero, sí, aunque nada como un hornero. ¿Te he contado de esos pajaritos? Para conquistar a la dama, hacen una olla de barro para resguardarlas. Es una casa. La más bonita, la más redonda, la más esférica, esa gana.

¿Veíamos un trailer cuándo nos conocimos? Si tomo tu mano estamos en Granada o Santa Fe. Tus besos son hierbabuena.

La carne de las langostas está oculta, la tuya no. Como en el relato de Armonía Somers, andas desnuda, orejas, axilas, dedos de los pies expuestos al sol del mediodía.

En tu camisón cabíamos los dos.

(Seguido pienso en la escena final del Pickpocket de Bresson. Cuánto rodeo para llegar hasta ti. Ojalá que pronto te acuestes sobre mí. Tu hermoso lindo peso, tú lindo hermoso peso sobre mí.)