El sabor a almendras de tus muslos

Soplamos dentro de una bolsa de papel y nos reímos. Podía oler el perfume de tu piel y pensaba que podía atraparlo de algún modo. Te bañaba con alcohol y te sacaba la blusa de algodón blanco para exprimirla en un frasco con pétalos. Te pedí un poco de saliva y mezclé todo agitándolo con fuerza y sabiendo que había tenido la mejor de las ideas.

En el taxi nos mordíamos las uñas uno al otro. Fue entonces que se me ocurrió proponerte avanzar hacia el asador del patio. Me acordé de la parrilla de hierro y te imaginé resuelta, abrasada tiernamente mientras apuraba el fuego con más leña de encino. Tu talento es tan grande como el sabor a almendras de tus muslos. Luego te mordía de un tajo el hombro. Eras lima-limón, granada roja desgranándose, y sonreías.