Vivíamos en Córdoba a finales de los años ochenta; era la noche de año nuevo. La vecina Juanita nos invitó a una fiesta con su familia en otra colonia; esa noche de diciembre no hacía frío. Siendo vacaciones los niños del INFONAVIT solíamos jugar béisbol hasta las doce de la noche, en los serenos andadores, junto a las casas de vivienda social; desvelarse en aquella infancia era un placentero lujo. En la fiesta de año nuevo, mi pequeño hermano Esteban usaba un trajecito azul que le quedaba muy mono y jugó con varios niños de su edad, gritaban como pinches locos. Yo nunca lo volvería a ver con tanta energía; los años lo fueron menguando y derritiendo como un Carlos V expuesto al sol por largo tiempo. A mi hermano Esteban lo tocó pasar a romper la piñata, sus ojos chispeaban; sonreía bellamente; golpeó y golpeó la estrella de barro y la rompió; los dulces y la fruta cayeron al suelo rendidos por su golpe tan poderoso, llevaba el Mjolnir aquella noche vieja. Yo supe desde entonces que no tendría un compañero más entrañable en la vida y él sería el ser humano que más amaría por siempre jamás.

Fotografía: John Kilar | Instagram