Soy el fantasma de las primaveras pasadas; Ella estudia la secundaria y viaja en la parte de atrás de mi moto, me está abrazando y recarga su cachete enjitomatado en mi espalda, su mejilla roza mi chamarra de cuero negro. Ella no sabe quién soy, no tiene por qué saberlo, si acaso apenas tiene conciencia que soy un fantasma que la está sacando del centro de Medellín, su pueblo de todos los días. No puede ver mi rostro y aun si lo pudiera ver, ¿qué? Uso un casco con un visor polarizado. A lo mejor cree que soy un integrante de Daft Punk , un grupo que le irá gustando con el paso de los años.
Soy, tal vez ahora, el padre que se fue de su vida. Ella sonríe mientras el viento marino mueve con fervor su cabellera negra, ella es libre en este momento de su historia, antes, muchos antes de que fuese asfixiada por su vida de bailarina de table dance.
Vale la pena seguir recorriendo la calle y llegar al bulevar Ávila Camacho para contemplar la costera mientras avanzamos en la moto. Llegamos a donde el rio se bifurca con el mar. ¿Qué habrá pensando ella cuando tuvo conciencia de estar frente a esa hermosa inmensidad azul? ¿o negra? Tan negra que a estas alturas miles de drenajes del país desembocan aquí.
Camina descalza sobre la arena; el sol refleja un arcoíris púrpura en sus pupilas. Mi espacio en este tiempo es ser sólo un guardián de estas postales de su infancia. Mientras camina en soledad, soy un hombre piedra que goza de su sonrisa de infanta.
Aislada de sus responsabilidades y ambiciones futuras, esa niña que está entrando en el agua es el ser más transparente que he conocido en la vida.
Hay otro fantasma, el que ella dejó en sus chanclas solitarias para caminar descalza por las arenas del mundo.
Quisiera ver todos los colores que me rodean, siento ansiedad, porque el visor oscurece mi visión, su rostro, al estruendoso mar con sus ruidos que invocan como un coro la entrada de la niña a su reino.
Ella, sin padres, sin hermanos, sin ambiciones materiales desbordadas en este año 2000.
Si uno voltea hacia el oeste puede verme a mucha, mucha distancia en la ciudad de Puebla, estudiando las materias de una licenciatura paupérrima, en una universidad paupérrima. Lo que importa ahora es la playa de Boca del Rio y la niña que se volverá la mujer que amo; mitad sirena, mitad colegiala, que se ha ido de pinta con un fantasma. Mientras avanza moja sus cabellos, contempla la partida de los barcos y una bifurcación más, la del cielo con el mar.
El día que Venus nació de una concha gigante, la mostró desnuda mientras los vientos agitaban su cabellera dorada y una mujer trataba de cubrir su níveo cuerpo. Como fantasma de las primaveras pasadas refuto esa imagen: Venus es morena, tiene doce años, es una sirena y petrifica como Medea a los viajeros en el tiempo cuando la contemplan jugueteando con sus dedos en aguas salinas.
Fotografía: John Kilar | Instagram
Fernando Percino es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado cuentos en el suplemento cultural “Catedral” del diario “Síntesis”, la novela “Velvet Cabaret” (2015), el libro de cuentos “Lucina” (2016), el libro de crónicas “Diarios de Teca” (2016)y actualmente escribe el libro de notas “Volk” en ERRR Magazine. Fue miembro del consejo editorial de las revistas: “Chido BUAP” y “Vanguardia: Todas las expresiones”. Ha trabajado como funcionario público en la Administración Pública Estatal y Federal y se desempeñó en diversos puestos, por más de 7 años, en el ramo de las microfinanzas.