Corro, corro imitando a Usiel Bold, con menos talento, con menos ritmo, con menos velocidad, con menos todo, si no corro el camión que avanza a lo lejos me dejará. Alcanzo al colectivo que me llevará al trabajo. Me siento y no leo Doctor Pasavento, no escucho el disco Antes que nos olviden, grabado en mi celular, simplemente me pongo a pensar en los trámites de la compra de la casa, pienso en la operación bancaria que mi hermano y yo tendremos que realizar para hacer el primer pago, pienso en cada uno de los detalles para que la operación no falle. El camión pasa frente al Rokpub, un antro vacio y sin luces, son casi las 8 de la mañana. Pienso que la operación será perfecta y hoy daremos el primer paso para recuperar la casa que el gobierno le quitó a mi familia el 12 de octubre de 1992. Vamos llegando a la esquina entre 5 de mayo y 14 oriente, que es la entrada a San Andrés y una mujer con una capucha blanca, que parece una reina de nieve, se sube al camión y me digo, no es Erika, y resulta que sí, que es Erika. Se sienta unos asientos delante de mi. No me atrevo a acercarme a ella, me ha rechazado abiertamente y no la quiero incomodar, tristemente, esa historia ha llegado a su fin, hay tantas cosas que quiero decirle… Es más grande el respeto que le tengo y me bajo 2 calles adelante. Le envío un mensaje vía celular pidiéndole disculpas por no saludarla. Pienso que por el sólo hecho de haberla visto significa un buen presagio para la jornada del día, pronosticada como muy intensa.
Estoy esperando a mi hermano afuera del banco, él me había confirmado minutos antes que estaba adentro de la sucursal, le envío un mensaje vía celular para decirle que estoy afuera, los dos nos confiamos. Muy tarde nos daremos cuenta de la información que omitimos el día anterior. Lo espero, lo espero y no sale. Me preocupa y decido entrar a la sucursal. No está. Me lleno de escalofríos. Le llamo y me dice que lo están asaltando, me dice que corra a auxiliarlo, estoy desconcertado, le pregunto dónde está. Resulta que llegó a una sucursal al otro extremo de la ciudad. Nos confundimos y llegamos a bancos diferentes. Estoy frío, llamo al taxi que nos tendría que haber recogido aquí, en el centro, según mi torpe, estúpida concepción de un plan perfecto, le pido al taxista que se apure.
Este es el peor trayecto de mi vida. Aunque el coche avanza a una alta velocidad siento que avanzamos tan rápido como avanza la tolerancia en este país, es decir, siento que no avanzo. La recta a Cholula mide hoy 500 kilómetros. Llamo a mi hermano varias veces, pero no contesta.
El taxista se detiene en el estacionamiento de una plaza comercial en donde está una gasolinera, un Mc Docnalds, incluso la deslumbrante notaria del famosísimo licenciado Mario Montero Serrano, una plaza, supuestamente, vigilada con detalle y donde gente de alto poder adquisitivo constantemente fluye. Son las 10.30 de la mañana y mi hermano está rodeado de desconocidos, hay una patrulla del municipio de San Andrés que lo resguarda. El uniforme laboral de mi hermano está manchado de sangre, su rostro tiene sangre y heridas, su cabeza expulsa sangre, sus ojos lloran y yo creo que me voy a desmayar, pero el impulso de estar a su lado, de abrazarlo cuanto antes impiden el desplome. He llegado tarde, pero mi hermano me ha esperado, no ha querido irse con la policía, me ha esperado hasta el final, porque ha dicho “yo no me voy sin mi hermano”. Lloramos juntos aunque haya tanta gente. Fue amenazado con arma de fuego, defendió con uñas y dientes el dinero para comprar la casa y fue la ciudadanía quien lo salvó. Escucho a una señora que dice indignada “mijo, tranquilo, que ahora tienes que desconfiar de todos, de la policía, de él, de ellos, hasta de mi, mira como sangra tu hermano, llévalo al doctor”. Soy el hombre más inútil del mundo, pero estoy feliz de que mi hermano esté bien y podamos emborracharnos juntos, pelearnos, hablar de mujeres ingratas, de diosas, de los putos video juegos, si algo fatal le hubiera pasado todo, de aquí en adelante, sería un castigo insuficiente para mí, es el ser humano que más amo en la vida.
La sangre de mi hermano es la sangre de un héroe, de un pendejo, porque ninguna casa, ningún dinero vale su vida, pero es indiscutible, es la sangre de un héroe que defendió una mochilita pensando en todas las frustraciones que ha tenido. Ha visto a sus amigos irse a Europa, mientras él vivía con la negación de su padre biológico, ha visto a sus amigos descansar, mientras él camina por pueblos y pueblos repletos de tierra para ayudar con el gasto familiar. La frustración fue su aliento, mientras le escucho decir “esos pendejos no pudieron, no se iban a llevar el dinero, no se iban a llevar la esperanza de una casa propia”, le recrimino por jugarse la vida así, aunque yo hubiera hecho lo mismo.
Los asaltantes huyeron, la policía se enteró de estos hechos 15 minutos después, llegaron antes los ciudadanos que gritaron la injusticia.
Fotografía: John Kilar | Instagram
Fernando Percino es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado cuentos en el suplemento cultural “Catedral” del diario “Síntesis”, la novela “Velvet Cabaret” (2015), el libro de cuentos “Lucina” (2016), el libro de crónicas “Diarios de Teca” (2016)y actualmente escribe el libro de notas “Volk” en ERRR Magazine. Fue miembro del consejo editorial de las revistas: “Chido BUAP” y “Vanguardia: Todas las expresiones”. Ha trabajado como funcionario público en la Administración Pública Estatal y Federal y se desempeñó en diversos puestos, por más de 7 años, en el ramo de las microfinanzas.