Era como si las nubes tuvieran unos artefactos malignos que provocaran la lluvia. En el rostro de ella se arrastraron algunas lágrimas silenciosas. ¿Qué máquinas tramposas eran las que se escondían en las nubes? Ella las maldijo por su exactitud. Fue exacto recordar la ocasión en que ese Persino al que ella amaba le hizo escuchar la canción Here come the tears de Judas Priest. Sonaba en la mente y lloraba a la vez. Lloraba con las nubes cuando el avión se alzaba para alcanzarlas. El que iba a su lado se pasó de cansancio, a penas le sobró esfuerzo para tomar la fría mano de ella antes de rendirse al sueño, él era un extraño, un extraño en la noche con quien huía en cobardía. Ella lloró con un silencio imperturbable. Ahí vienen las lágrimas, here come the tears, hablaba la canción, una y otra vez. El rostro de Persino se desvanecía en tierra, desaparecía con  la Ciudad de México y sus malditos edificios imperfectos. El avión se hizo uno con las nubes lloronas. ¿Dolía el adiós?, ¿la nostalgia acumulada? Sólo ella sabia porque eran deprimentes las gotitas de agua chispeando en la ventana: chip, chip, chip. Gotitas, afuera, en el cielo, gotitas adentro del avión, océanos en el rostro.

Fotografía: John Kilar | Instagram