La luz neón parpadeaba, aparecía por sorpresa, luego otra vez la oscuridad. Del lado derecho: él y su rostro canela. Del lado izquierdo: ella con sus dragonzotes en los ojos devorando dragoncitos. Peleaban con palabras sin poder golpearse. Al único que escuchaban era al vocalista de Rammstein. Le robaron la voz con sus labios mudos por el alto volumen de la música. Los “otros” bailaban, no eran importantes, a pesar de los saltos y los empujones. La tardeada organizada por el tercero “C”  iba bien. Nadie se odiaba y amaba lo suficiente. Nadie excepto ellos dos, par de gritones: Du, du hast, du hast mich, du, du hast, du hast mich. Escupían odio por la mirada, por culpa del violento amor que hacían recíproco.  Los chillidos del sintetizador picoteaban en el cuerpo burbujeante de ella. El de enfrente sonreía mirandóla: Su novia. Raspaban las gargantas para regresar al Du, du hast, más fuerte, Du hast mich. Las narices chocaban. Los besos de esquimal valían la borrachera. Los besos de lengua sabor tequila hacían del alcohol: La sustancia común de los simbióticos.

Fotografía: John Kilar | Instagram