Chucho Maximino Persino trabajaba en los ochenta en la Procuraduría de justicia de Puebla. Tenía su oficina en el edificio central del bulevar Cinco de Mayo; años después yo ingresaría a trabajar ahí; a ratos me fue incómodo seguir sus huellas, pero el trabajo me terminó gustando, consistía en notificar intervinientes en procesos penales. Una vez en mi infancia, mi madre me llevó a visitar a Chucho Persino a su trabajo en la Procu; se notaba que tenía un puesto pedorro y ganaba bien; en uno de los libreros había una colección de pintores famosos; tomé una edición con la obra de Francisco de Goya; contemplar lo sangriento de su esplendor me hizo vibrar; sus gigantes devorando hombrecitos, los cornudos atravesando toreros; la guerra cruel e implacable con tonos oscuros, rojizos, apocalípticos; demonios volando con desesperación y hambre en una noche herida. Fue amor a primera vista. Aquella tarde descubrí una siniestra tendencia en mi que me seguirá leal el resto de los días. Encontrar belleza en el arte incómodo e insurgente. Debo agradecer a mi padre por haberme regalado aquel libro, fue un relámpago que me despertó carácter.

Fotografía: Leandro Furini