Se despertó por los quejidos de su madre haciendo el desayuno, el viento aullaba y golpeaba la lámina del cuarto; susurró para sí mismo: “escape”. El hombre parecía un moribundo en cuyo estómago se quemaban las entrañas por odio y rencor por el moroso caminar en un destino fatuo, prefirió ante semejante chorro de amenaza desoladora escupir palabras, historias, que a la postre pudiesen ser diagnosticadas por expertos en amor como la transformación de un cáncer arraigado en escritura curatoria- si eso existe- o un simple hobbie que se asimilara como arte

Persino se levanta en la hora que el sol es aún una promesa lejana, Cholula es tierra por doquier, calles donde los huaraches son efímeros objetos, lujos tristes; el tufo de las flores lo impregna, lo perfuma, disimula ese tremendo sudor de macho en perpetua guerra. Persino debe hacer sus entregas en las plazas de la ciudad de puebla, tomar camiones cuyo rumor ensordece, agrieta el silencio de la ciudad, muy, muy de vez en cuando. Se le persigna a la efigie de San Juditas antes de cada jornada; tiene un rostro endurecido, ya algún día será un caballero más alegre que endulce las fiestas de sindicatos, ya algún día será una personalidad que se codee con gobernadores, militares, escritoras que lo inmortalicen en novelas que literalmente arranquen la vida; mientras es un hombre humilde que camina rápido a su destino: los mercados; conviene de vez en cuando pararse frente a una marchanta memelera y masticar la tortilla con sal engrandeciendo los labios, resaltándolos, zigzagueando el bigote que ya es más un azotador en celo decorando el rostro moreno, enjuto del indio Persino. En sus manos hay tierra y aún huele al fantasma de las monedas y billetes que ha acariciado ya sea para comprar, ya sea para vender, venderle a esa hermosa dama, la Antonia, la hermosa Antonia, cuyos largos cabellos negros asemejan a un corcel indomable recorriendo el desierto de la vida, la Antonia de la plaza que sabe a Victoria. Un radio es capaz dar un musical aliento y fresca francachela enteramente a un centro comercial, con las canciones de un tal Pedro Infante, que apenas va siendo la querida voz aguardientosa de un pueblo indígena que aspira a la gran transformación que prometen las máquinas, a la curación de todo mal que prometen los merolicos: ¡pá los cayos, el mal aliento, el sudor del diablo; esta pomada, este menjurje, estás pastillas hechas de hierbas finas y manos artesanales! ¡Llévela! ¡Llévela! ¡Llévela!
Y así, al rato Percino también será un guerrillero que luche por la dignidad los pobres contra Díaz Ordaz en el año de 1968.

Y así, Percino será una madre que exporte talavera poblana con piezas de franjas azules, flores blancas y se exhiban, o deban exhibirse como piezas de senos familiares atestados de ambición y avaricia, pero tatuadas de amor y lucha; de hijos doctores, de hijos gerentes de tiendas Coppel que trabajan 14 horas al día, de hijos taxistas; de hijos secuestradores que presuman camionetas de lujo y pulsera de oro que brillan más que el sol.
Y así, Percino es un padre exhausto que camina por las calles de Moscú llevando mezcal a los sedientos rusos, tan tristes y cabreados como su vodka, que sabe a pies, ah, ¡pero que rico!, prueben mezcal, cabrones, a ver qué empeda más rápido. Persino también tiene hijos floristas que atienden el changarro de las glorias pasadas, presentes y deben ser también futuras, porque pase lo que, las flores nunca dejarán de ser moda; ni los cortejos, ni el amor a las mujeres; y las mujeres de cualquier pueblo, desde Momoxpan, hasta Lomas Angelópolis , desde Tecamachalco hasta el fraccionamiento Los Cipreses; siempre, siempre, adorarán las flores, con sus pétalos como síntoma de triunfo sobre un deseo varonil, la bandera en la cima de una voluntad doblegada por la belleza; ahí estará un Persino para abastecer el mercado de los amores consumados y los corazones rotos; para perfumar funerales; alegrar hospitales; para colorear panteones y atraer a las abejas sedientas por enriquecer panales, hasta que la memoria de los hombres, de los hombres poblanos perezca por siempre señor. Amén.

Fotografía: Mauricio Soto A.