Existe una Ciudad de Puebla que no fue desvaneciendo las viejas casas que abrazaron los atardeceres de mi infancia, no las fue pulverizando para dar nacimiento a centros comerciales, con pequeños locales con pequeñas conciencias. La casa donde crecí no se volvió un centro de spa, porque nunca hubo malas decisiones que hicieran que la perdiéramos en los años ochenta. Era una casa con muros altos en la que nunca me atrevía dormir solo. Había una recámara al fondo del primer piso donde alguna vez elaboré un auto hecho con juguetes y latas de puré de papá; me tardé toda una tarde tratando de hacer que arrancara; la mucama tenía que ir por pan a la 25 poniente y le dije, “espera, te voy a dar un raid en mi nuevo coche”, se quedó esperando toda la vida por ese aventón.
Yo tenía 5 años y besé en la boca a una niña bajo la cama del cuarto principal, donde dormía con mi abuela, era una niña linda y jugamos a que estábamos haciendo una escena de la telenovela “Cuna de lobos”, aquella donde salía la mujer pirata; estábamos acostados en la alfombra, bajo la cama y nadie nos veía; cerramos los ojos y nos perdimos en el tiempo. Después de ese día nació un Fernando Percino que no perdió esa casa de La Paz y no tuvo que comprar una nueva para su familia en el año 2011, una casa pinchemilchingocientas veces más pequeña; ese Fernando tuvo una beca en la Universidad de las Américas, una uní muy nice, porque su madre no fue amedrentada por el “maestro” Persino para dejar su trabajo como secretaria de la universidad y pudo darle una beca, como trabajadora, a su hijo. Ese Fernando Percino es un profesionista mediamente exitoso, muchas cosas le salieron favorables en la vida, se casó a los 27 años, no como el de la otra realidad, que sigue soltero; sólo que el Fernando Percino que se casó se divorció pronto, dos años después de la boda, es adicto a las tachas, alcohólico, enteramente flojo; no tuvo puta idea de las caminatas en pueblos llenos de tierra y jamás habría trabajado para salvar a su madre de un posible cáncer; ese Fernando Percino que no tuvo mayores pérdidas fue consentido todo el tiempo de su infancia y juventud por su abuela, que en esa Puebla, vivió más años. Como la madre de ese Fernando jamás permitió un regreso sentimental, a mediados de los ochenta, con el “maestro” Persino, nunca existió un hermano llamado Esteban, entonces, qué bueno que no soy ese Fernando, lo compadezco en donde quiera que esté.
Fotografía: John Kilar | Instagram
Fernando Percino es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado cuentos en el suplemento cultural “Catedral” del diario “Síntesis”, la novela “Velvet Cabaret” (2015), el libro de cuentos “Lucina” (2016), el libro de crónicas “Diarios de Teca” (2016)y actualmente escribe el libro de notas “Volk” en ERRR Magazine. Fue miembro del consejo editorial de las revistas: “Chido BUAP” y “Vanguardia: Todas las expresiones”. Ha trabajado como funcionario público en la Administración Pública Estatal y Federal y se desempeñó en diversos puestos, por más de 7 años, en el ramo de las microfinanzas.