Cuando mi tío me dio a probar su licor de maguey que produce, no me gustó mucho al principio, le fui agarrando adicción y placer lentamente; la bebida tiene buen cuerpo, profundidad; posee equilibrio entre dulzura y el añejamiento de un buen coñac; se nota mucho el esmero y amor que requirió para su nacimiento. Mi tío amablemente ofreció la coctelería en la primera presentación de mi libro de cuentos, aquello fue en la casa de uno de mis mejores amigos. Llegó poca gente, en comparación de otras presentaciones porque aquellos días, en Puebla, hubo muchos disturbios como respuesta a los aumentos en el precio de la gasolina (fueron más lo rumores sobre el caos, que el caos en sí mismo, pero mucha gente andaba espantada). Con todo y la disonancia del entorno y el momento, me fue grato reencontrarme con amistades que no veía en años. Creo que yo sólo publico libros y hago presentaciones para reunir a mis amigos, ya que, al no tener hijos, ni haberme casado, no tengo otro pretexto de fiesta como bautizos, quince años y cosas así. Lau llegó con su novio y el cabello corto; yo la conocí cuando sus cabellos eran una cascada de negrura perfumada que se extendía hasta sus caderas; yo me sentí atraído por ella cuando trabajamos juntos hace ya un tiempo, pero nunca se lo dije en ese tiempo, porque yo amaba a alguien más y estaba en una relación. El novio de Lau quería comprar una botella del licor de guanábana a mi tío; el coctel de lujo de la marca; Lau le dijo a su pareja que no; se le impuso con firmeza; como siempre supo oponerse a la adversidad; ella era Lau. La bebida gustó bastante a los invitados y resultó ser otra protagonista de la tarde, ya entrada la noche se hizo una de las mejores chorchas en la historia de la vida gracias al embrujo de su sabor.

Fotografía: John Kilar | Instagram