La tía Flor se casó con un acapulqueño; vivían allá por los ochenta en la colonia Maravillas, zona aledaña al estadio Cuauhtémoc. Cuando era muy morro, el “maestro” Persino me llevaba a los partidos del Puebla de la franja y al terminar éstos, íbamos a casa de tía Flor a comer huevos de tortuga. Mi madre me había dicho que esos huevos estaban prohibidos porque las tortugas estaban en peligro de extinción; yo no quería comerlos, pero me obligaban, sabían horrible, aquello era como comer mocos agrios, desde morro mis tías me consideraron raro. En los partidos de los camoteros yo no los apoyaba, porque en aquel tiempo yo le iba al América.

Una de las hijas de tía Flor se casó con un francés, muchos años después de los banquetes con huevos de tortuga. La boda fue muy tradicional: bailar grupalmente canciones de Caballo Dorado y cuestiones del estilo. Ese día sirvieron de comer carnitas, sabían mejor que los huevos de tortuga; ya algo pedón, le pedía a la banda de músicos que tocaran la de la vikinga, “ora la vikinga”, o pues, La Bikina, chingaos. Mis hermanos rieron.

Fotografía por Denis Ryabov