Terminé de leer “El extranjero” de Camus y el chingado libro me persiguió por las calles en las que caminaba, sus planteamientos y sus horrores me seguían incluso en el baño cuando iba a cagar y ni si quiera el abrumador tronido de mis pedos acallaba el grito más poderoso del discurso camusiano. La medida exacta de su crítica; la frase “matar a un árabe” se volvió fastidio, remedio, anagnórisis. Pensé si había sido demasiado estricto al juzgar al “maestro” Persino en distintas ocasiones; si acaso como seres vivos la indiferencia al dolor ajeno es nuestro existencialismo más natural; así seamos reverendos hijos de puta, hermanas de la misericordia, somos entrada y salida a lados oscuros y luminosos. El “maestro” Persino resultó ser cruel la mayor parte del tiempo, era su naturaleza alabar cristos, san Juditas Tadeos, pedir milagros y al salir de los templos: pisotear personas como una rutina de supervivencia en un medio enteramente rapaz. 


El “maestro” Persino ha tenido severos trastornos en su personalidad y yo me fui curando cuando acepté que esos eran sus pedos y no los míos; yo tendría que aferrarme a mi libertad intelectual, a responsabilizarme de mis propios actos, luchar con hartos huevos por mi destino y quedar inalcanzable a los designios de aquel ángel exterminador.

Fotografía: John Kilar | Instagram