Ya lo ha decidido ella: se van a separar. Lo meditó mucho antes de decirlo y ahora, exhaustos por la que podría ser su última sesión de sexo marital, justo mientras él se prepara para encender el cigarrillo que yace atascado entre sus labios, ella ha dicho: nos vamos a separar.
Él sabe que ella no bromea; después de todo, ni ahora ni cuando la conoció ella estaba o está acostumbrada a jugarle bromas. Es consciente de que no se trata de una decisión que los incluya a ambos, no, esta vez no; es ella quien ha tomado la decisión y no hay nada que él pueda hacer para revertirla.
¿Por qué?, Pregunta él, al fin.
¡Me siento estancada! Y estoy convencida de que los dos no queremos lo mismo para el futuro, responde ella mi entras se mira los pechos y piensa “por fortuna, todavía estoy joven, todavía puedo conocer al amor de mi vida”.
Mariana, si es por lo de los hijos…
No, eso no. Hace tiempo que quedó sepultado ese tema.
Pero…
¡Te digo que no es por eso!, reitera ella, molesta.
Él había barajado la posibilidad de que este momento llegara meses atrás, y ahora finalmente está ocurriendo. Se lamenta de sus profecías auto-cumplidas, que no son pocas, y en las que frecuentemente es bastante acertado.
Ella espera que sea él quien diga: me voy. Lo imagina vistiéndose rápido, torpemente, y saliendo por la puerta del cuarto hasta llegar a la de la entrada del apartamento y, finalmente, el azotón de la misma que marca el final de una era. Si, le encantaría que eso ocurriera.
¿Y ahora qué?, cuestiona él, acomodándose en la cama. Quiere, en realidad desea, que el momento sea incómodo para ella; después de todo, ya no tendrá demasiadas oportunidades en el futuro para hacerla sentir mal, y está despechado, herido. Además, es él quien está pagando el alquiler del apartamento este mes; tiempo atrás habían decidido que así fuera: un mes ella y un mes él.
Ella no quiere hablar más. Piensa que las cosas están demasiado claras como para tener que agregar algo; hacerlo sería reiterativo. Pensó que él, en cualquier momento, saldría de la cama indignado y se iría a pasar la noche en algún hotel, dejándola sola para pensar en los movimientos siguientes en el tablero de su vida. Sin embargo, pasado un tiempo, viendo que él no tiene intenciones de moverse de la cama, es ella quien tiene que tomar su ropa, vestirse de prisa, abrir la puerta del cuarto, la del apartamento, y salir azotándola hecha una furia. Él parecía empecinado en arruinarle la vida incluso cuando ella le había arrebatado el control de su relación, echándola al fuego como si nada en la presencia de él.
Pasado un rato de que Mariana se fuera, él se incorpora en la cama y observa una grieta que hay en el techo; es la misma grieta que mira todo el tiempo después del sexo. Se extraña al percatarse de lo grande que es; no en vano Mariana le ha dicho que haga algo por repararla, tirándola de a loca en todo momento. Pero ahora que ella ya no está para regañarlo por ello, le parece un sinsentido preocuparse por algo que considera una nimiedad. Tiene decidido quedarse en el apartamento, y le apetece dejar que la grieta se extienda, de ser posible, hasta transformarse en agujero.
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.