Y justo me encontré en el coche, llamándole a mamá para que supiera que ya iba en camino pasaban poco de las 9:15 y me dijo que no tendría que pasar por mi hermano, que viniera con la calma del mundo y me sorprendió; casi porque siempre mi mamá va alardeando de que llego tarde, o que solo iba a salir un par de horas, que la cena se enfría o que necesita que cargue con todo el peso del recuerdo de los días o yo qué sé.
Me bajé cuadras antes, cinco a decir verdad, solo para caminar y saber qué había significado “esto”. Apenas azoté la puerta cuando un mensaje tuyo llego <>. Solo eso decías, y descubrí que estaba sonriendo. Joder, mi sonrisa la pudo notar la muchacha del otro extremo de la cera, pensando qué diablos me pasaba.
Pero como todo lo bueno contigo, me dura poco.
Me llené de todas las estrellas, la luna brillaba un tanto diferente, todo era un tanto diferente pero ¿yo? ¿Yo estaba diferente, me sentía diferente, fui diferente? La realidad es anhelaba que ese día fuera diferente, que al estar frente a ti me sintiera un poco incómoda, esa es una buena señal de que sabré detenerme en algún punto. Pero cuando te saludé, cuando mi mejilla rozó la tuya, sentí algo familiar, algo demasiado familiar. Quería verte, aunque no lo ansiaba.
Y así transcurrió todo diferentemente familiar. Yo estuve al pendiente de cada contacto que tenías para conmigo; como al estar frente a mí solo tomaste mis manos, la manera en cómo tomaste mi cintura para pasar justo antes de ti, cómo tocaste mi mejilla solo dos segundos, cómo me miraste a solo tres centímetros de mi rostro, el cómo besaste y apretaste mi mejilla contra tus labios, un abrazo que juré me reconstruyó. El abrazo que no tenía hace meses, de alguien apretando todo su cuerpo contra el mío sin sentirse incómodo o demasiado. Recuerdo solo haber rodeado tu cintura con una mano y con la acariciar el inicio de tu cadera. Siempre me quejo de que los abrazos son demasiado. No soy fan de los abrazos largos. Pero de verdad que ese abrazo se sintió eterno y calientito.
Sentí tu cara muy cerca de la mía y retrocedí, lo único que dije fue que fueras con cuidado, quería pasar más tiempo junto a ti y a la vez no. Quería que te quedarás pero también una parte de mí sabía que todo lo bueno contigo dura poco.
Después de todo mi flashback, de seguir teniendo la calidez de tu cuerpo sobre de mí y tus manos frías por mi espalda, muslo, mejilla, manos… regresé y me encontré frente a la casa de Ana, la saludé unos instantes y prendí un cigarro, de momento sentí escucharte <> pero lo único que quiero dejar es a ti.
Quiero que me dejes de gustar, que todo deje de ser poco contigo. Que no traté de buscarte cada tres días. Quiero dejar de enviarte mensajes. Quiero que dejes de jugar conmigo. Quiero dejar de ser tan idiota. Joder, soy una imbécil, porque la realidad es que si quisieras estar conmigo lo habrías hecho desde el instante que dijiste “Quiero que seamos todo”. Y la realidad es que quiero que me hables con la verdad, y no estar en el constante quererte y querer que me quieras.
Quiero, necesito, que todo lo bueno contigo deje de durar poco.
Un último cigarrillo, no sé ni cuántos fume, soy odiosa, soy dramática, hartante, triste, enamorada, emperrada con la vida, cariñosa, testaruda, demente, deeee..primente(¿.
Dios, pero soy tuya.
Entré a mi casa y sí, en efecto, mi mamá me dijo <>, y me sentía diferente, más tuya, más estúpida.
Fotografía: Emilio Ramírez
Comunicóloga con aires de escritora