Sin esperanza no hay vida

Te juro que hoy no puedo dormir. Tal vez tenía algo que decirte, no lo recuerdo. Ya no importa demasiado. Me asusta la idea de que, en algún momento, te olvides de mí, de todo lo que me dijiste. Solo huiste y me dejaste aquí, sin recordar lo que tenía que decirte.

Implacablemente, he caído en la idea de que estoy solo. ¿Qué demonios se supone que hago aquí, sabes? Hoy es una de esas madrugadas en las que llueve por aquí, y no puedo decírtelo. ¿En qué pensarás? ¿Me habrás extrañado todos estos días?

Es tan inútil recordar siquiera un poco de ti. Yo te amé como nunca, como la luna al hombre. Esa luna errante que me mostraste un día y me dejaste probar. Las melodías suenan en mi cabeza, y, aunado a eso, tengo que escuchar tu risa, tus respiros y jadeos. Como un eco maldito, creo saber lo que tengo que decirte. Pero nada. Nunca nada, ni un rábano.

No sé por qué me prometiste todo, si sabías que algún día te ibas a marchar. Sabes, en serio me siento mal. En serio te necesito. Porque ya no sé a quién acudir. Si no es a mí mismo, se podría decir que ahora estoy muy solo.

Y nadie lo nota nunca, por más enfermo que me pongo. Tengo un arrebato de realidades y te veo por donde sea, pero ya no estoy contigo. Me he resignado por décima octava vez en estos últimos días. Sin esperanza no hay vida.

Fotografía por Abel Ibáñez G.