Siempre fue Ofelia

Ofelia, siempre fue Ofelia quien me despertaba a media noche para contar fantasmas. –Hoy no me esconderé de la tormenta- le decía- bien sabes que me gusta buscar truenos en los rincones.

Pasadas las nubes de carencia vagabunda, un hombre lleno de entrañas al que nombramos Charlie Kofman llamó a la puerta. Me escondí en el jardín de mandarinas, aunque siempre preferí el de rábanos, cuando me encontró cubierto por una mirada insensata, lo abandoné entre las tumbas de 1968. Ofelia me veía desde el piso lívida y sin parpadear, podía percibir la manera en que transpiraba miedo por los ojos. –No me pidas que haga llover- respondí a su expresión de estatua- tus lágrimas ya regaron el pasto. Olvidamos la muerte del hombre bajo tierra, había sido un error que se escapó como se va una idea a medio escribir.

Al volver a casa, fue la voz ausente que me hizo darme cuenta: Ofelia, siempre fue Ofelia.

Era Ofelia bajo sabanas los fantasmas que me aterrorizaban por la noche, eran sus gritos de desesperación noctambula los truenos que me quitaban el sueño, era el mismo hombre que llamó a la puerta; aquel con rojo chorreante en sus manos que me hizo correr a ocultarme, era la persona que en un acto de defensa; dejé rígida sobre las plantas, era la dueña de las entrañas que ahora yacen entre gusanos.

Oh querida Ofelia, qué insípido es el olor a madera cuando no se puede escuchar, cuando tus pisadas no están.

Al menos el secreto de tu falta se irá conmigo. Espera.

Un dron nos espió por la ventana…

Fotografía por Barbaros Cargurgel