Cuántas ausencias puedo inhalar en el aire nocturno
hasta embriagarme del puro aroma a melancolía que despiden.
Un deseo de amor se torna suicida
con el paso de los días que se estancan en un reloj donde el tiempo ya no corre.
Envejecemos sin prisa.
De prisa, nos transmutamos en recuerdo.
Morimos, con suerte, cerca de una ventana abierta,
para que el ventilado tufo de la ausencia vague, cual fantasma,
recorriendo todos esos sitios donde siempre quisimos estar
y a los que nunca tuvimos posibilidades de ir.