Recuerdo nuestras tardes de domingo: quedar en el supermercado para comprar lo que sea que fuéramos a cocinar.
Llegar a casa, siempre llegabas acalorada, así que inmediatamente comenzabas a cambiarte, te ponías un vestido delgado, o un short de mezclilla, me encantaba verte cambiándote de ropa ahí, se sentía realmente un hogar.
Cocinar juntos (o verte mientras lo hacías la mayoría de las veces), escuchando música, verte cantando y bailando en la cocina, siempre me has vuelto loco.
Empezar a comer sin dejar de platicar en ningún momento, de tus cosas, de las mías, de todo y nada. Tu comida siempre me ha encantado, desde el inicio.
Hacer la sobremesa con más platica, comenzar a lavar los platos y la pregunta: ¿qué hay de postre?. Fresas con crema para dos.
Ver una serie, una película, jugar videojuegos, lo que fuera que siguiera era perfecto, pues estabas ahí.
Besos, abrazos, caricias y si la vida me sonreía, tenía la maravillosa oportunidad de hacerte el amor, de disfrutar tu piel, de disfrutar tu ser y era lo más perfecto que podía imaginar.
Recuerdo nuestras tardes de domingo, tan lejanas ahora, que me pongo a pensar si todo fue un producto de mi imaginación, pero no lo es, pues aún ahora, si cierro los ojos puedo sentir tu piel sobre la mía y tus labios junto a los míos.
Fotografía por Barbaros Cargurgel
Viendo pasar los días y a la vida quedar en pausa