La alarma siempre suena a las 7 de la mañana y despierto 15 minutos después, tomo el celular y con un par de ojos que casi no pueden mantenerse abiertos miro la pantalla. Desde ahí puedo definir cómo será mi día.
La mayoría de las veces existe un mensaje que quedó de la noche anterior cuando ya no pude dar batalla al sueño y simplemente caí rendida.
Cuando antes de caer compartimos algunas ideas tontas de cómo volar hasta llegar a la luna, cómo cumplir nuestros sueños aceleradamente, cómo ver el futuro en nuestros aún verdes cimientos y cómo lograr mostrarnos más amor del que ya hemos visto.
Cuando antes de llegar la noche estuvimos en el carro que, a lo largo de este tiempo ha sido nuestra guarida en la que nos confesamos y nos conocemos más allá de los besos, en la que dejamos ecos de tantas veces que hemos reído y en la que nuestras mejillas resienten los calambres de mantener una sonrisa eterna, eterna en los minutos u horas que nos vemos.
Cuando antes de llegar al carro, agonizábamos en horas laborales que parecen no tener otro sentido que ser un puente entre el tiempo que no estamos juntos y el tiempo para reencontrarnos.
Cuando antes, salimos de nuestras casas a tomar la rutina de cada día con la única ilusión de que algún día saldremos juntos, despertaremos juntos, desayunaremos juntos, seremos uno sin decir adiós, solo buenas noches.
Cuando antes de levantarme de la cama puedo definir cómo será el día al ver un te amo rezagado o un sorpresivo buenos días.
Fotografía por Barbaros Cargurgel
Hago lo que me gusta porque algún día todos nos vamos a morir.