Querer a primera noche

Sábado 24 de agosto, 10:45 pm. Rodeado de familiares y amigos compartiendo risas y cervezas.

Los minutos transcurrían y las personas comenzaban a irse. Yo la observaba de lejos, ella seguía sentada casi frente a mí. Se miraba hermosa. Sus ojos, su rostro, su risa: todo de ella me parecía perfecto.

El reloj marcaba las dos de la mañana. No se me ocurría algún tema para romper el hielo. Le pedí un cigarro. Hacía dos años que no prendía uno. La cerveza y el tabaco empezaron a surtir efecto. Por primera vez en mucho tiempo comenzaba a sentirme ebrio. Las risas continuaron un rato más hasta que, no se cómo, terminamos desnudos en su habitación besándonos.

Ya pasaron más de veinte días de aquella noche. A pesar del tiempo, el tabaco y el alcohol, aún siento los besos que nos dimos, la sensación de coincidir con esos labios perfectos, de tocar su cuerpo, sus senos y su hermosa cadera. Mientras mis manos recorrían su espalda quise detener el tiempo para siempre. Con el amanecer llegó el momento de despedirnos. Besé sus labios por última vez y emprendí el camino a casa con aquella canción de Keane en mi cabeza.

Al principio pensé que aquello sería algo de solo una noche. Imaginé que ella pensaría igual. Pero han pasado los días y nos seguimos conociendo y explorando lo mucho que tenemos en común. Nuestras ganas de estar juntos crecen. Ayer me preguntó:

– ¿Qué es lo que te gusta de mí?
– Me gusta tu sentido del humor. Me gustas toda tú… ¿crees que esto funcione?
– Hay que intentarlo, te estás ganando mi corazón, quiero que nos sigamos conociendo.

Suspiré. No hay mejor sensación en este mundo que la de ser correspondido.

Fotografía por Patrick Liebach