Un poco de aire entrando en la ventana, mucho sol, el panorama del medio día que encandila y las gotas de agua salada corriendome la espalda.
Siento ligeramente el vapor salir de mi cuerpo en cada vuelta a la cama, la respiración es lenta, se siente caliente, desde la punta de los dedos hasta la cabeza, caliente como la arena de la playa a las dos de la tarde, caliente como el vapor de el agua para mi té, caliente.
Respiro y logro sentir como el aire que entra se transforma y refresca, dura poco, como los escalofríos. Otra vez aire desde la ventana, que rica sensación de las cortinas acariciandome las piernas calientes, con ese poco aire que me eriza la piel, se va haciendo mas lenta la respiración, mis manos calientes simulando las cortinas acarician y se dejan escurrir, hay lugares más humedos que mi espalda, dónde el calor no estorba, es un aliado, se mueven lento, recorriendo en circulos van abriéndose los sentidos, se despiertan los poros y luego viene más aire, las cortinas hacen juego perfecto con el movimiento, un poco más intenso, más perfecto, siento como ahora el sudor ya está en todo mi cuerpo, pequeños escalofríos que vienen desde las rodillas y rebasan el ombligo, la piel temblando y la nariz insuficiente, con la boca abierta siento como el aire me desborda el pecho y el estomago, tiemblo y grito, salen de mi sonidos que liberan la presión, sonidos largos que derriten, el movimiento me lleva más rapido y más intenso, es delicioso sentir que termina y vuelve a empezar, más aire, más sonidos y llega, una sincronía de sensaciones, sonidos y aire, un punto en que el escalofrío se interna, paraliza un poco y en segundos relaja con suspiros, que calor, que humedad, que manera tan perfecta de sentir el sol directo en todo el cuerpo, que rico.

Fotografía por Eduardo Pedro Oliveira