El niño estaba sentado en un banco en el patio de la escuela, estaba llorando, desconsoladamente.
Unos minutos atras habia sido golpeado, por “los de 6to” como se hacian llamar a si mismos aunque la mayoria de ellos ya tuvieran edad suficiente para estar en el secundario, tenia sangre en su nariz y sus mejillas.
Nadie sabia que no estaba en el aula, porque a nadie le importaba, estaba solo, triste y asustado, trató de pararse y caminar pero su cuerpo le dolia demasiado. Algunos momentos despues fue capaz de hacerlo, llego a la puerta principal de la escuela y se fue.
Mientras caminaba por las calles de regreso a su casa trato de responderse a si mismo por qué lo golpeaban.
“Me gusta mucho leer”, pensó, “eso es un problema?”.
Lo analizó por un momento pero no logro llegar a una conclusion certera, el camino seria largo, en especial teniendo en cuenta que le habian robado el dinero para el transporte publico. Sacó su teléfono y comenzó a escuchar musica, mientras observaba a las personas que circulaban a su alrededor completamente indiferentes a su rostro, a la sangre seca en su nariz, a sus ojos de compota, a su sufrimiento. Se dio cuenta que la mayor parte del tiempo las personas son indiferentes a casi todo incluso a las cosas buenas y comenzó a cantar a los gritos, notó que desafinaba pero pensó que la vida al igual que las canciones tambien puede ser desafinada y que los sonidos que hacemos deberian reflejar eso.
Se detuvo a acariciar un perro, lo miró a los ojos y al reconocer la bondad y la inocencia del animal recordó esa frase de “el viejo y el mar” de Ernest Hemingway, en la que el protagonista decía “La mayoría de las personas eran desalmadas con las tortugas porque el corazón de una tortuga seguirá latiendo por horas luego de haber sido arrancado y cortado. Pero el viejo pensó, yo también tengo ese corazón.”
Notó que algo similar puede decirse sobre los perros que aún a pesar del maltrato y el abandono siguen confiando en las personas.
Y así, aún habiendo reflexionado sobre esos asuntos, el niño seguía siendo niño y los golpes dolían y el cansancio de casi todo excepto su familia y su casa, estaba ahí, tan presente y real como el sonido de las hojas secas que le gustaba pisar o los pájaros que cantaban por las mañanas en el árbol cerca de su ventana.
Golpeó la puerta, su padre abrió y visiblemente preocupado le preguntó: “hijo, por Dios que te pasó?”
Y el niño contestó: “papá, me rompieron. Papá, me rompieron.” Su voz se quebró y empezó a llorar.

Fotografía por Jocelyn Catterson