Y siempre la danza continuaba, permanecía recreado y solo. Jamás podía alcanzar ser él, se la vivía despidiéndose de lugares, queriendo otras historias, no sabía cómo vivir su propia vida. Se volvió súbdito de la culpa.
Entre cada espacio de sus dedos queda una sensación de lo ausente y de un nombre, hay momentos que se atreven a tocar sus dedos, pero son solo la redundancia de mujeres ajenas.
Cada pauta de silencio, cada promesa de esa piel desnuda -de esa mirada que justo está en sus notorias intenciones- que contornea pensamientos de odio y se construye en ofensa, solo ha creado tragedias. Parte de su identidad está suspendida en un hombre que no sabe de su existencia, pierde lo poco de su esencia en replicar comportamientos dignos de repulsión. Todo lo que lo contradice lo niega en absoluto, no quiere nunca dudar de él.
Es el peor de los mitos, él más cobarde. Me pedí un exilio al paraíso porque tenía veneno en cada parte de él.
Jamás he confiado en lo que siente, porque no sabe lo que siente. En esos intervalos de silencio se contaban las veces que ya había sucedido esto, ser lo que no era. Así que dentro de ser la reparación continúa de no ser su pasado y el vértigo profundo de jamás ser el héroe, ha creado leyes que terminaron cambiando la historia. Terminó lastimando y lastimándose, destruyendo todo, señalando la vida misma como cruel.
Aunque era él –quería tener la razón en todo- siempre sosteniendo una interpretación de verdad muy ajena a la vida, y es que jamás se puede sostener de esa manera supuestos de verdades con una vida.
Tampoco puedes sostenerme contigo el resto de tu vida de esa manera -de formas complicadas de querernos- en las que absurdamente, solo has pensado en ti. Así que estoy tratando de olvidarte teniéndote enfrente de mí, porque nunca entendiste que bailar tango es de dos.
Fotografía por Bill Dane
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