Nuestra Última Combustión (tu recuerdo y yo)

“Half of what i sat is meaningless,
but i say it just to reach you…”
-John Lennon

Repentinamente hoy te recordé. Lo hice con la canción con la cual indirectamente te despediste, la colgaste en tu muro de Facebook antes de borrarme con unas palabras que no recuerdo más que como se sintieron: agujero de mi pecho, abismo de emociones. De hecho, la descargue para que un día cualquiera (como hoy) vinieras a mí de esta manera. Así, sin antelación alguna, sin avisar.

Aún te visualizo sentada entre los pasillos y escaleras de la escuela, con la mirada difusa y con alguna canción de Caloncho de fondo que se apodera de la atmosfera desde la bocina de tu celular. Realmente eres/fuiste algo muy especial. Nadie sabe de ti, más que yo, yo y mis entrañas y mis memorias más pútridas que aún te recuerdan. Hoy te recordé entre los pasillos del metro Ermita, hace ya casi dos años que te vi ahí por última vez, aunque tú no a mí. En ese momento mi impresión fue tanta que no pude dirigirte palabra alguna, no sabes cómo me arrepiento de eso, desde ese día me hice un poco de la ilusión de poder volver a encontrarte por ahí emergiendo de entre las multitudes de la Ciudad, pero nunca sucedió, ni sucederá.

Por lo mientras yo continúo cantando y caminando estos pasillos tratando de incorporándome al subterráneo con aquella canción que solamente puede mostrarme tu imagen como sombra viva, silueta palpable en donde yo pueda fabricar alguna despedida buena, formal, como para saldar viejas deudas. Pero no. Sabía que seguiría quedándome con las ganas, tragándome estas palabras y los ‘adioses’ que jamás nos diremos y los ‘silencios’ que nos llevaremos hasta la muerte. Y entonces te vi, estabas para ahí, en el balcón del final del pasillo, inmóvil, como esperando a que algo pasé. Realmente no lo podía creer, detuve un poco el paso y luego continúe, sabía que era el momento, me arme de valor, respire y decidí sólo entonar pasos firmes…

“Es un milagro encontrarte por aquí”, dije, volteaste clavándome la mirada sin ninguna sorpresa para luego continuar mirando hacia la nada. “¿Cómo has estado?” pronuncie para así tratar de romper el silencio que se nos venía encima. De nuevo no dijiste nada y eso me desanimo. “¿Qué has hecho?, ¿estás bien?”, pregunte en un último intento, y de nuevo nada. Justo cuando iba emprender la retirada, tomaste mi brazo y dijiste “ven, vamos por un poco de piedra”, y soltaste una carcajada dulcemente endemoniada. Ahí estabas tú. Sabía que no te habías ido a ninguna parte. Corrimos desesperados en sentido contrario al de todas las gentes, mientras me murmurabas historias sobre los árboles que caminan y lo bueno que era tocarse los botones del suéter como método preventivo al escuchar la sirena de una ambulancia alborotada. Al despejarnos de todo el gentío, nos detuvimos enfrente de los cristales que dan a la gran Calzada de Tlalpan. Mencionaste que habías cambiado, que la vida nos había tomado por rumbos distintos y que ya no eras nada de la chica que yo buscaba. Hasta la fecha jamás logre entender a qué te referías exactamente, en ese momento yo sólo quería darme el lujo de observarte detalladamente, de guardarme bien esta vez tus facciones en detalladas, antes de que desaparecieras y te me perdieras de nuevo.

Prendiste un cigarro y de inmediato recordé cuando me incendiabas el espíritu con tus manos, tus labios y tus palabras, tus historias descabelladas; juraría que ahora fumas demasiado, tienes los dedos amarillos, te tiemblan las manos y eso nunca es buena señal. “Dime la verdad” exclame firme y curioso mientras tú ya te prendías el siguiente Marlboro, “¿llevas tiempo así, cierto?”. El humo sé nos dispersó en la cara y rellenaba la distancia entre ella y yo, se apoderaba del ambiente y de la atmósfera densa, comencé a medir su silencio-ausencia en cigarros prendidos que se consumían tan rápido por su inhalar desesperante. “Sí, llevo tiempo así”, pronunciaste ajena y a destiempo. “¿Para qué me buscas?, ¿a qué chingados viene tu pregunta ahora?”, me soltaste a modo de reclamo con voz irritada, desesperada. “¿Con tu irte y no irte te vengas de mí?”, remataste. Me quede frío e inmóvil (como siempre) mientras que el humo del cigarrillo seguía intoxicándonos la raíz de las palabras. “Sólo quería verte por última vez, fingir que al menos tuvimos una despedida tenue” te solté eso mirando al sol que ya se escondía entre las nubes y los techos caro y de lámina que la ciudad iluminaba.

“Los recuerdos nunca se agotan, María, solo se camuflajean entre las heridas vivas y las cicatrices latentes, y a veces no regresan nunca; aunque el nuestro sí, va y viene dentro del cuerpo porque tiene nuestras vísceras expuestas llenas de sentimientos. Perdón por volver a buscarte y molestarte, perdón por traerte aquí sin ninguna cláusula consciente, o real, por favor olvídame, ¡olvídame y ódiame!, al menos así sabré que seguimos compartiendo/teniendo un sentimiento de por medio”, concluí.

Me desclavaste la mirada y me entregaste lo que te quedaba de tu corazón negro consumido por el humo ciego de nuestro secreto. “Es que no puedo odiarte, ¡odiarte nunca!, fuiste lo que más quise en esta pinche vida y por eso me largué”, respondiste enseguida antes de que pudiera exclamarte algún suspiro lleno de justificaciones, “tampoco puedo olvidarte, no te olvidaría jamás, te quiero, fuiste guerra y paz, iluminación y oscuridad, dolor e incertidumbre, no sabes cuánto me dolió entender…”, suspiraste, “entender que fuiste lo que siempre creí que me había robado, pero no, en realidad llegue tarde…”.

El silencio retumbo y hasta ahí llego todo, las últimas cenizas de tu cigarro se desprendieron antes de tocar la colilla, se posaron entre las pequeñas líneas que delimitaban la palma de tu mano y sin meditar nada las soplaste, enmarcando así la escena final, totalmente cruda y poética como si de alguna película de Luis Buñuel se tratara. Aquel acto lo dijo todo, me cayó como baldé de memorias frías. Nuestra historia de amor se había ido, se había acabado, ya no había más, se había esfumado como las cenizas de aquel tu Marlboro arrugado, y ya no había más: “soplaron las cenizas, volaron las cenizas…”

Para cuándo reaccioné yo ya me encontraba en el subterráneo, parado sobre la línea amarilla que delimita la vida de la muerte, el caos del orden, fue el ruido del aire que emite el monstruo naranja a su llegada lo que me despertó, no sabía ni tenia consciencia de lo que realmente había ocurrido, hasta ahora lo falso y lo verdadero sean vuelto la misma cosa, una fusión de lo etéreo dentro del viento escabroso que me tumbaba y m retumba y me rompe las máscaras de sentimientos envueltos en cal, ahora mismo sólo me queda esperar a que este palpitar incesante se esfume y nos vuele lejos de nuevo, que por piedad este incendio en el pecho se aleje de mí; de mí y de tu recuerdo.

 “Ven aquí
pequeña ven aquí
aunque luego te tengas que ir amor,
lo entiendo.”

-Canción de mi playlist.

Fotografía por Camerafilmlens