Nunca sufrí ninguna enfermedad mental, salvo una ocasión, en que mis hormonas decidieron que mi vida estaba bastante aburrida, casi lineal, encerrada en cuatro paredes, igual, no viene al caso. Mi cabeza solo me traiciona de vez en cuando. Con cosas simples, como re bautizar cada cara nueva que la vida me cruza.
Mi vida es agitada, no voy a mentir. Pero a la vez, suele ser tranquila, porque ya me acostumbre a las idas y vueltas, como a las corridas que son inherentes a mi persona. No suelo estar quieta, no suelo no hacer nada.
En mi cabeza tengo un mundo increíble, inmenso, interesante por demás. No se si va a la par de mi realidad, en paralelo, o si en algún punto se cruzan. Me pierdo ahí adentro. Si me vez en la calle, no te acerques abruptamente porque me voy a asustar. Si no te saludo, no te enojes, es que realmente no te vi, y si te vi, seguro que mi mundo venia más divertido.
Otra cosa de mi cabeza, no suelo soñar. Al menos a la mañana no lo recuerdo. No me suelo despertar en la noche, no tengo pesadillas tampoco.
En fin.
Hace unos días, mi cabeza me dejo en jaque. Bueno, al menos eso quiero creer.
Me llevo un tiempo procesarlo. Nunca me asusté tanto en mi vida. Nunca. No estoy exagerando. Nunca me voy a olvidar de esto.
Mi cama es grande. Acostumbrada a compartirla y a ser bastante arisca y por momentos distante, me acostumbre a dormir en la punta de la cama, bien al filo. Duermo de costado, habitualmente del derecho, de frente al vacío.
Ese día llegue tarde a casa, cansada de seguirme el ritmo a mi misma, es realmente normal que mi cabeza vaya mucho más rápido que mi cuerpo, lo que me hace una persona graciosamente torpe. Vi mi cama y me desplome, solo llegue a sacarme los zapatos.
Me dormí del lado izquierdo, de espalda al vacío.
No se que hora sería. Dormía más que profundamente.
Me desperté. Me estaban acariciando. Me estaban sobando como a un gato. Me acariciaban sin parar. Una mano se deslizaba por mi cabeza, por mi pelo enmarañado. Otra mano se deslizaba por mi muslo, con un movimiento que iba de mi rodilla hasta mi cadera, y así volvía a bajar.
Llegué a girar a cabeza lo suficiente para ver una sombra. Quedé inmóvil. Quería gritar. No podía emitir sonido. No podía llorar. No me podía mover. Toda mi piel estaba mil veces más sensible de lo habitual, erizada del miedo. Lo que para mi fue una eternidad, pueden haber sido unos vagos minutos. Quería gritar, pero el nudo de la garganta era más grande que el mejor nudo marinero que pude hacer alguna vez. La sombra seguía ahí, firme arriba de mi cabeza.
Con mucho, pero realmente mucho esfuerzo logre gritar algo. No se que dije, pero los sonidos salieron por mi garganta luego de concentrarme como pocas veces. Al compás de mi grito pude mover mi cuerpo. No había nadie. No – había – nadie -. Estaba sola en mi casa.
Sin levantarme de la cama, me senté y llore un rato. Con angustia y con una desesperación pocas veces vista. Tenía miedo, y la sensación de esos dedos que se paseaban por mi cabeza. Yo estando inmóvil. Yo estando asustada de muerte.
Pero bueno, sobreviví, como siempre. Pero nunca me voy a olvidar de esto.
Espero que esto haya sido una simple parálisis de sueño, y que no se repita nunca jamás. No caben otras posibilidades, y si las hay, tampoco quiero que me las digan…
Fotografía por Alison Scarpulla
Azul es mi alter ego. Azul es quién se permite pensar, actuar y, por sobre todo, sentir. Azul es quién lidia con las emociones que Maca, claramente, no puede. Azul acepta que no se puede ser fuerte todo el tiempo. Azul es la mejor versión, solo la conocen quienes son dignos de ella.
Azul es Azul.