Memoria derruida

Pobre Maximiliano, devastado deambula en círculos por el departamento. La rutina en un ciclo bien definido a punto de estallar. El reloj se detiene cada que enciende un cigarrillo, se niega a todo, hasta a hablar, hasta a romper el silencio. No levanta la mirada y se pierde en las líneas del tiempo. La agonía comienza desestabilizar su cordura, ¿un par de horas son suficientes para confrontar los temores? La ceniza colapsa, los párpados tiemblan, la voz estalla.

Conocí a Maximiliano en un bar de Querétaro, un tipo con ropa de sastre y calzado impecable, pertenecía a la burguesía o eso quería que pensáramos. Por supuesto, lo estaba logrando. El ruinoso bar escondido en la profundidad de una ciudad devastada, hechizada y gris. Miserables caídos y desahuciados arribaban al lúgubre lugar, siempre con la ilusión de contemplar la sonrisa de la mesera de cabello rojizo. Pero esa noche las miradas y sonrisas pertenecían al burgués sentado en el balcón. Para algunos su presencia causaba molestia, para algunos otros era un imbécil más en la misma o peor condición. Era invisible en la bruma de la noche, fácilmente podría confundirlo con mi reflejo en un sucio espejo. Mis pensamientos, temporalmente estaban en otro sitio, pero el correr de la noche hizo volver la cruda realidad de los días y las noches. Mi pie izquierdo comenzó a moverse de una forma peligrosa (toda la noche estuvo en movimiento) y volví la mirada por todo el bar en busca de un cigarrillo. El personaje, quieto cerca del balcón sostenía el suyo sin vacilación; un acto heroico, una revelación de la noche. Comencé a observarlo con determinación, sostenía algo en sus cansadas manos, y conjeturé distintas suposiciones, incluso las enumeré:

1. Un libro
2. Álbum fotográfico
3. Testamento
4. Una carta

La inmovilidad de su cuerpo se esfumó y las manos temblaron al esculcar el artefacto, la ceniza caía sobre el piso dibujando extrañas formas. Con escasa diferencia pude asegurar que era un álbum fotográfico, incluso figuraban algunos rostros enmohecidos por el tiempo, pero la distancia me hizo vacilar. Después eché a la deriva las suposiciones acercándome con tremenda desesperación y me senté sin previa invitación para arrancar un cigarro de la mesa. Maximiliano observó sin importancia y volvió la vista a su cometido. Al termino del cigarrillo pregunté por el álbum, sin embargo, se negó con la mirada. Insistí una vez más sin éxito, seguí fumando hasta la media noche, después me largué sin despedirme. Y arrastré el baúl por las calles de una ciudad devastada, hechizada y gris.

Fotografía por Ama Aura