Para ser sinceros sí quería tener ese jardín e intentar día a día que las flores no murieran, y que los árboles dieran frutos, y ver cada año las nochebuenas.
Quería intentar, aunque sé de sobra que las flores no son lo mío y que ni los cactus me sonríen.
Quería intentar una vida con él aunque desde los primeros días juntos supe que iba a hacerme daño aprovechándose.
¿Puedes ver en mis ojos cómo me sentía? Y, ¿recuerdas que mi piel dejó ver los huesos como protesta? Ayer recordé como me sentí el día en que me besó delante de su novia, pero a escondidas. ¡Qué vida! Pero quería vivirla.
Porque a su lado no era yo, era lo que él quería que fuera, siempre a la sombra, y fue cómodo, y doloroso. Si me preguntan, soy experta en reprimir lo que siento.
Para ser sinceros, imaginé la vida con él que yo no quería, en la que no sería feliz, en la que no podría ser mujer, o ser simplemente yo.
Cuando se fue, lo que dolió fue deshacerme de los ideales, y el reproche de mis pocas defensas a sus golpes eternos. No había nada en él que lo hiciera digno de mi amor, y aún así lo amé. Me esforcé en ser lo que él quería, en darle lo que pedía, en hacerlo feliz, pero nunca fue suficiente. Porque yo no era quién esperaba, porque no quería ser esa que él soñaba, y él lo sabía, y yo, a pesar de que lo intentaba cada mañana, lo sabía.
Para ser sinceros, le deseo lo mejor, y sé que la mujer con quién comparte la cama y los buenos días va a darle todo eso que yo no podía. Sé que ella es capaz y siempre, los tres, supimos que se merecían. Yo no iba a regar las flores, ni a darle el amor que buscaba.
Nunca antes, después de vaciarme de amor, me había sentido tan conforme conmigo. En el espejo ahora puedo ver que soy luz y calor, que soy amor, pero amor propio. Trabajo en romper las expectativas que otros crean para mi. La única vida que quiero vivir es ésta, a paso lento y yo atrás y adelante de mí.
Fotografía: Cecilia Gómez de Villavedón
Todos los días hay ideas sueltas en mi cabeza esperando las conexiones mágicas que hacen artista al escritor.
Trato de amarrarlas, no quiero dejarlas ir. Pero las ideas vuelan a otra dimensión, las personas se van, las palabras no se quedan marcadas en ningún lugar.
Soy alérgica a mi fruta favorita, como si yo misma me propusiera para el sacrificio, como si quisiera matarme para obtener placer, como si necesitara del desamor para escribir mejor.
Escribo con la esperanza de que un día vuelva, con la disciplina de un gato. Escribo por si nunca vuelve, y sin querer que me lea.
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