Al levantar la vista nos dimos cuenta que un dron nos espió por la ventana durante todo el encuentro. Pero no hicimos nada mas que reír. Seguramente en la cámara se notaba nuestro amor, pero también nuestra tristeza.
Laura se paró, yo prendí un cigarro y puse un vinilo como si esto fuese 1968. Regresó a la cama y volvimos a diluirnos entre las sábanas, aunque el final de la historia estaba ya escrito. Nos despedimos en la puerta y nunca más volví a verla, ese era el adiós definitivo.
Me quedó un sabor amargo, como si hubiese comido un rábano maduro. Me fumé un cigarro para quitármelo cuando pensé que Charlie Kaufman tenía razón: me gusta amar pero me gustan más las despedidas.
Fotografía por Fernando Sarano
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