Al parecer tengo problemas para concentrarme. Desde hace mucho tiempo sabía que era algo normal, pero, parece ser que cada vez me cuesta más y más. Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve un solo pensamiento en la cabeza. Es difícil.
Justo ahora estoy escuchando una canción que me hace pensar en ella y en lo que vimos juntas, escucho algo que cruje en silencio, pero, sigo sin saber que sea. A veces pienso que es mi corazón y todas las convicciones e ideales que traigo cargando en él. Es tristísimo y me pongo a pensar en todo lo que me ha pasado.
La tristeza no es más que otra debilidad que acosa el alma, es una manera de derrotarme a veces. Triste nunca pienso claro, pero, al parecer es muy genial ser triste. Y como en todo: maldición y bendición.
Divago mucho porque estoy segura que deben haber personas iguales a mí que tal vez sí lleguen al final del escrito. Quiero que alguien llegue al final del escrito. Ya no sé muy bien que hago y la cuarentena me ha proporcionado material infinito para mi actuar y pensar. Sé que debe de ser difícil lo que digo si nunca te has puesto en los zapatos del otro.
Casi nunca hablo de cómo me siento y de alguna manera, es perjudicial. Amo escribir, pero, también amo mis experiencias, el problema es que nunca salen. Cuando escribo siento que suena cada vez peor y es frustrante. Quiero hablarlo todo.
No conecto muy bien con los demás y es en parte porque el tipo de persona que soy: triste, solitaria, arrogante y de enormes sentimientos. La parte más difícil es sentir cómo los demás no pueden sentir y al mismo tiempo es la parte más bonita, me gusta sentir de manera diferente. He ahí el problema de ser artista.
Al igual que como en la película que vi hace dos noches, la lamentabilidad de las cosas es siempre que el tiempo nunca se detiene y entre más triste soy, menos tiempo me queda porque ya no sé que es exactamente el vivir.
Es mejor arder que apagarse.
Fotografía por Richard P J Lambert
Buena conversadora. Escritora de piernas largas.