Gardenias olvidadas

Lluvia. Al paso de unas horas la carne de la lluvia, hongos. Los cortamos sin fuerza. Los guardamos en los pantalones y caminamos. Después una sierra entra de canto y una, tres ramas caen y hay un diluvio de hojas, polvo blanco. Me dices que ya hay leña nueva para un fuego descubierto pasado mañana.

En un sueño, sabor a peras ácidas, un asta de alce y un sostén azúl. Luego tu rostro, tu mano, una caricia. Con cuánta fuerza nos recuerdo tirados en el pasto. Éramos bueyes con las lenguas de fuera: “Protégeme, complétame, limítame”, te decía. Entonces me respondías: “No habrá sobre el camino otras piedras que las que ya dejaste”.

Nos subíamos a un coche que no era tu Fiat. Había gardenias olvidadas y su perfume era un dragón que se orientaba con el sol hacia el poniente.

Abríamos un panal con las dos manos.

Los hermosos caballos, los caballos son navajas, los caballos lamen lo que no lamo, los caballos te lamen lo que no lamo.

Hasta entonces jamás te habías rehusado. No dijiste nada pero torciste la nariz y me hice a un lado.