Al grupo de base
Flores Magón
La viuda del poeta Hugo Gutiérrez Vega se presentó en la Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México para homenajear a su esposo en una breve ceremonia donde fue acompañada por el escritor Marco Antonio Campos al que yo admiro sin reparo. Los versos de Marco Antonio Campos me dieron el joven amor de Teresa, no pocas veces leí y releí en voz alta abrazado del cuerpo desnudo de Tere su poema “Responso por el Hotel Richelieu” o “La causa Justa”, la clara melancolía que el maestro plasmó por no haber sobrevivido los embates del sistema capitalista fueron para mí un augurio, una profecía, el aviso de que yo me dirigía de manera precipitada a esa azorada situación.
Abandoné la militancia justo en el momento en que mejor posicionado me encontraba en el estupendo grupo de base Flores Magón donde tanto aprendí y crecí, donde me encontré en reuniones de discusión política con Alfredo, el Ruper, los Memos, Armando viejo y Armando joven, tipos solidarios y honrados, alegres e inteligentes, hermanos decididos a transformar este mundo de forma práctica, a vivir a contra corriente.
Me deslindé de los marxistas poco después de ingresar a la Coordinación Nacional de Literatura, al darme cuenta de que la dirigencia de la organización nunca sería capaz de destruirse y reconstruirse a sí misma, de edificar documentos de acuerdo con nuestras necesidades y circunstancias sociales. Pero el comprender que la organización nunca se desarrollaría a causa de sus ideas arraigadas en el eurocentrismo, no sería consuelo o justificación válida para mi deserción. Yo sabía, sé que mi labor es, o era, dirigir la organización, recomponerla, escribir para ella e impregnarla de mi espíritu. Así como sé que es el deber de cualquier miembro de la Internacional convertirse en el dirigente del partido para encausar la Revolución Socialista. Pero decidí, bien o mal (porque la organización continúa enfrascada), apartarme de ella para estar con Teresa y con la Literatura. Continúe viendo a mis camaradas en bares y fiestas, pero sería por poco tiempo. Poco a poco abandonaría por completo los documentos de Lenin y Trotsky. Jamás los olvidaría, es cierto, pero sentiría, como dice Marco Antonio, un amargo sabor de boca al citarlos. Permanecería marchando y sostendría día a día la ideología lo más clara y limpia posible; pero sin ellos, sin los militantes, cuán lejos podría llegar y mantenerme en pie. Así que no fueron pocas las razones por las cuales me acerqué a Marco Antonio Campos.
Al término de la ceremonia en el zócalo, esperé al maestro para pedirle una entrevista que de entrada me negó; pero después concilió al escucharme decir que yo podría ir a donde él me indicara, a un café en donde platicar, por ejemplo. Aceptó y escribió su correo electrónico en su libro “Los Adioses del Forastero” que le acerqué para que me lo dedicara. A los dos días le escribí un breve mensaje electrónico que él respondió con la inclusión de su número telefónico y diciéndome que le llamara. Dos días después le marqué con temor y nerviosismo a su casa, a pesar de que ya había realizado dos entrevistas de gran significado para mí, la primera con Efraín Bartolomé, y la segunda con Julio Revueltas, sin embargo, no por ello me sentí menos nervioso al escuchar su voz por el auricular. Parecía enojado o desconcertado de que le llamara.
—Bueno, buenas noches.
Dejó caer el teléfono al escuchar mi torpe voz sin siquiera responder. Volví a marcar más nervioso y torpe que antes.
—Bueno, buenas noches, disculpe, se encontrará el Maestro Marco Antonio Campos.
Su tono de voz se escuchó seco y quizá enfadado. Al principio me pareció percibir un acento algo argentino que me desconcertó un poco.
—Sí, él habla.
Casi siento que terminaría la oración diciendo che.
—Maestro, soy Rodrigo, el muchacho que se acercó a usted en la Feria del Libro, le marco para preguntarle si es posible que lo pueda ver para entrevistarlo.
—Mira, aún está la Feria del Libro en el zócalo y tengo que salir del país para organizar el Encuentro Internacional de poesía. Márcame por el diez de noviembre que ya estoy de regreso.
—Muy bien Maestro, yo le marco. Y…
Me colgó antes de que lograra decirle:
—Y muchas gracias por la oportunidad —esperé la fecha, le marqué en dos ocasiones ese día a su casa, pero no contestó. Le llamé a la mañana siguiente para acordar que nos veríamos el viernes de esa semana a las cinco treinta de la tarde en la librería Gandhi ubicada en Avenida Miguel Ángel de Quevedo.
Llegué temprano para poder echar un vistazo a los libros y comprarme “Bajo la Sombra de la Historia” de Fernando del Paso, un libro que perdería relieve para mí porque después de mi acercamiento al Islam y al Judaísmo me consagré con cierta dedicación a los textos de Hans Küng9. Esperé a que diera la hora pero después de un tiempo me di cuenta de que el Maestro no llegaría. Le volví a marcar a su casa desde mi celular.
—Maestro soy Rodrigo, lo estoy esperando en la librería.
—Rodrigo, leí tu correo hace dos semanas pero no quedamos en nada.
De nuevo le pido al lector que asimile un tono de voz argentino en cada palabra del Maestro.
—Maestro, le marqué antier para ponernos de acuerdo.
—¿Por qué no me llamaste para confirmar? A esta edad a uno se le olvidan las cosas. Pero nos vemos mañana, ¿puedes?
Yo, tras haber averiguado en los días anteriores el teléfono y la dirección del eminente pintor Rafael Coronel, tenía pensado levantarme muy temprano el sábado para ir en busca del Artista Mexicano oriundo de Zacatecas. Así que decliné la nueva fecha que me proponía el maestro.
—No puedo maestro, ¿le parece bien la siguiente semana, otra vez en viernes?
Concordamos en que así sería y colgamos el teléfono.
A la mañana siguiente a pesar de que me levanté temprano, no salí rumbo a Cuernavaca. Me ganó la prudencia y decidí primero marcar por teléfono al maestro Rafael para agendar una cita con él. Al llamar me contestó una mujer.
—Buenos días, ¿se encontrará el maestro Rafael Coronel? Habla Rodrigo, de la Coordinación Nacional de Literatura.
—Permíteme, ¿cómo dices que te llamas?
Le repetí mi nombre para momentos después escuchar una voz masculina en el auricular.
—Maestro, habla Rodrigo de la Coordinación de Literatura, quería preguntarle si es posible agendar una cita con usted para poder entrevistarle.
—No, yo no soy Rafael. El Maestro se encuentra fuera del país. Ya agarró su “Guadalupe Reyes”.
Me quedé un segundo callado por tan cómica y natural respuesta.
—Muy bien, muy bien, entonces hasta Enero.
—Así es.
—Bueno, gracias.
Ya sin nada que hacer ese fin de semana me enteraría por Internet de los atentados del Estado Islámico en Francia y comenzaría a escribir esta crónica. Me gustaron sus dos primeras páginas y decidí mandársela por correo electrónico a Marco Antonio Campos.
El 14 de noviembre de 2015, 22:09
—Me conmovió mucho tu mensaje, querido Rodrigo, el cual te agradezco sinceramente. Desde luego que nos entrevistamos. El lunes es día festivo. No sé si te quede bien. O tal vez podemos vernos el viernes. Lo poco que pueda aportarte lo haré con mucho gusto.
Entonces fueron un par de mensajes los que terminaron por concretar la entrevista.
El 15 de noviembre del 2015, 9:30
—Este lunes sería perfecto, ¿le parece bien a las 5 de la tarde en el mismo lugar, en la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo, la que se encuentra a un costado del Fondo de Cultura?
15 de noviembre del 2015 12:34:08
—¿No le molestaría, estimado Rodrigo, que fuera a las cinco y media? No en la cafetería de la Gandhi, sino al costado, en contra esquina del Fondo de Cultura, el café de la Gandhi vieja. Muchas gracias.
15 de noviembre del 2015 14:22:47
—Claro que sí maestro, a las 5:30 está muy bien, en la Gandhi vieja. Saludos.
El 16 de noviembre del 2015, 9:59
—Le confirmo Maestro, lo veo hoy a las 5:30 en Gandhi. Saludos.
El 16 de noviembre del 2015
—Nos vemos allá, Rodrigo. Un abrazo.
Al fin logramos coincidir en la librería.
Al ir subiendo las escaleras para llegar a la cafetería, encontraría al ganador de la medalla Pablo Neruda platicando con quien después sabría (disculpen que olvidara el nombre) era un editor.
Al saludar al también premio Xavier Villaurrutia, al maestro Marco Antonio Campos, sentiría la fuerte compresión de mi mano por su enérgico espíritu.
Me invitarían a que me sentara a la mesa para escucharlos platicar durante varios minutos sin pronunciar yo una sola palabra (algo que no me incomodó en lo más mínimo). Los observaría curioso de encontrar un patrón en su comportamiento. En la manera en que estaba sentado del maestro vería una juventud radiante, un cuerpo tocado por los años, pero dispuesto a soportar las inclemencias del tiempo de una forma alegre y cabal. Del editor sólo puedo decir que lo vi más serio, un tanto distraído ante lo que Marco Antonio le estaba platicando cuando yo llegué. Minutos después, el editor pagó la cuenta con una tarjeta de crédito, dejó veinticinco pesos de propina, se despidió y tomé su lugar en la silla, frente al maestro, el cual me invitó de inmediato un café.
—Tres cosas me unen a usted maestro, el pensamiento de izquierda, la poesía, y la soledad. Encontré en sus poemas el difícil equilibrio de una ideología en una agradable proporción de las palabras. Recuerdo que cuando militaba llegué a escribir poemas sobre el movimiento obrero que me gustaban mucho, eso claro, antes de leerlo a usted, pero al dejarlos reposar para leerlos años después me di cuenta de que eran pésimos. Estaban cargados de malas alabanzas, de erróneas buenas intenciones, que terminaron por convertirse hasta en una mala propaganda política. En vez de ser un poema, sólo eran una divulgación versificada del socialismo, no un poema. Panfletos rimados, no eran más que eso.
—El problema es que de forma inconsciente querías quedar bien con la organización, con tu ideología y con el movimiento. Cuando estuve en el taller de poesía de Juan Bañuelos, un pendejo definió un poema de un compañero como un poema pequeño burgués; hay coplas, elegías, poemas en prosa, cuartetos, gregarias11, ¿pero cómo un sentimiento, una preocupación, una alegría escrita puede llegar a ser pequeño burgués? ¿Cuándo puede llegar a ser un poema de izquierda o de derecha? Cuando no es un poema, sino más bien como dijiste, una forma de propagar una ideología versificada. Y que en ese momento te dijeran pequeño burgués era lo peor, eh.
—Todavía lo es, maestro. Esa frase aún está muy acuñada en las organizaciones. Y además la utilizan de forma torpe y arbitraria (aunque seguro yo también la use mal). Un burgués, si no mal recuerdo, es aquel que posee los medios de producción y un proletario aquel que vende su fuerza de trabajo. Pero los he visto, los he escuchado decir y señalar miles de veces a una persona como pequeño burgués sólo porque a partir de su trabajo diario ha logrado alcanzar una aparente estabilidad económica.
Recordé, estando ahí sentado frente al maestro, la primera vez que escuché el término “pequeño burgués”. Lo diría mi gran amigo Luis Edgar Lira un sábado por la tarde en que tocaría a mi casa para enseñarme el periódico de la organización. Recordé que me interrogó sobre el futuro de mi vida, sobre cómo pretendía vivir mi vida dentro de un par de años. En aquel entonces, le dije lo más básico que se me ocurrió, pero lo expresé con verdadera convicción. (Hasta ese día yo jamás había escuchado el nombre de Karl Marx.)
—Trabajar mucho, tener un buen seguro médico, tener dinero, comprarme un auto y cotorrearla.
Él, preocupado, guardó silencio, realizó una mueca de desaprobación, se llevó la mano izquierda a la barbilla porque en la otra sostenía el periódico con su encabezado en letras rojas y dijo:
—Esa es una mentalidad de pequeño burgués.
Pero yo no pensaba en ser el dueño de ningún medio de producción (grande o pequeño), sólo quería ser un obrero feliz enajenado. Quería escuchar rock urbano, viajar un poco y tomar cerveza, como muy bien lo explica Engels en el Anti Dühring.
—La clase proletaria no tiene conciencia de clase —me dice Marco Antonio Campos—. Pero la clase burguesa sí la tiene; saben que existen sobre esta tierra de forma muy diferente, que tienen que mentir, matar, engañar, hacer lo que sea para mantener sus privilegios. En cambio los trabajadores no son conscientes de ello, hay golpes de la realidad que luego los despiertan y politizan, pero sólo a unos cuantos, por algunos breves momentos.
—Esos momentos se van acumulando, maestro. Y es que el trabajo en las condiciones del capitalismo es tan cruento; se ha comido a más de uno de mis amigos, cambiando su ideología hasta dejarlos irreconocibles, y eso en los que llegaron a ser conscientes de la lucha de clase, ni hablar de los que jamás lo han sido, ni lo serán. Es por eso que al encontrar en su poesía ese agradable balance entre versos y una melancólica conciencia de haber sucumbido al capitalismo, me impresionó mucho. Es de los pocos que han logrado algo así.
—Está José Revueltas, el crítico muy duro a la izquierda.
—Pablo Neruda tiene algunos versos válidos. Aunque fue estalinista.
—Sólo hasta el cincuenta y seis, después lo bajaron de su caballo. Se puede tomar el tema de la lucha de clases, pero se requiere de una gran maestría para hacerlo.
—En estos últimos meses he visto poetas, danzantes, pintores, dramaturgos y músicos utilizar el tema de Ayotzinapa para expresarse, pero lo han hecho de una forma tan burda, tan a la ligera.
Recordé que alguna vez contemplé la posibilidad de hacer un performance para ironizar el arte de mis contemporáneos. Me cagaría en un balde para después gritar con furia Ayotzinapa. Porque en verdad esa fue la calidad del “Arte” que vi en repetidas ocasiones en decenas de lugares.
—Otra pregunta maestro, ¿cómo ha logrado viajar tanto?
—El primer viaje que realicé a Europa lo hice con el dinero que gané del premio Diana Moreno Toscano. Me dieron diez mil pesos, que en aquel entonces eran una pequeña fortuna. Así que con ese dinero me fui. Caminé mucho, muchísimo, me quedaba en hoteles de menos de dos estrellas, recorrí todo lo que pude. Ahora me pregunto cómo le hice para gastar tan poquito, me fui tres meses y medio; Caminaba y caminaba de un lugar a otro. Lo que ahora pienso que también fue un error; debí haber tomado el tren en varias ocasiones, porque luego llegaba cansadísimo de tanto caminar. Pero a los veinte años el cuerpo aguantaba todo, de los veinte a los treinta es la mejor edad para viajar. Nada lo detiene a uno a esa edad. Además, estaba el Instituto de la Juventud que nos permitía sacar boletos de tren para viajar por Europa a bajo costo. Era más fácil viajar entonces, ahora ya es muy complicado.
—¿Alguien lo acompañó maestro?
—No. Me fui solo, que siempre es la mejor forma de viajar. Ya en el camino conocía gente, pero me fui solo.
—Esa es otra cosa que le quiero preguntar maestro. ¿Se casó?
—No.
Intenté ver en sus ojos melancolía o desesperanza, algo de tristeza o inquietud, algún nerviosismo o arrepentimiento. Pero no vi nada. Más bien presentó ante mí una expresión valerosa.
—Es que se puede leer un sus textos cierta nostalgia por lo que tal vez pudo haber sido una vida cotidiana y quizá más tranquila con una pareja.
—Tuve varias novias, yo de joven tenía un cuerpo fuerte y no era mal parecido. Me gustaban las muchachas bonitas, de buena familia, como se dice, no una vulgar de morral al hombro. Jamás me interesó el dinero pero me gustaban las chicas de buena familia. Salí con una actriz un par de años pero terminó casándose con un actor. Luego hubo otra con la que casi me caso, pero tampoco pasó. Además, para escribir hay que estar un poco incómodo, ser algo desdichado; cuando uno es del todo feliz no escribe nada.
Sonreí.
—Es cierto, hace falta algo que lo esté molestando a uno. —Hubo un pequeño silencio entre los dos—. ¿Maestro cómo logró realizar el encuentro Iberoamericano de poesía?
—Contactos, en aquel entonces, cuando eso apenas era un plan, el director de CONACULTA y yo nos organizamos para realizarlo. Él podía poner el presupuesto y yo tenía los contactos. Así fue como lo fundamos. Deja te digo que esa también es una manera de viajar. Cuando te invitan a un evento, casi siempre te pagan el transporte y el hospedaje, ya uno sólo tiene que poner la comida, o si te quieres quedar más tiempo, pues pones de tu lana.
—Pero es ya por gusto.
—Sí, ya por ganas de ver la ciudad o algo. Y así fue como empezamos a organizarlo.
—Hablando de contactos, maestro, el mundo de la literatura es un círculo, unos cuantos cuates. El amiguismo no sólo se da en la política o en la clase empresarial para favorecer a otros, también el mundo de las letras lo tiene. Y cuidado si dices algo que no los complazca.
—Y los rencores se heredan.
—¿Se heredan? —Me quedé callado mirando al Maestro, le pregunté con la mirada cómo se puede heredar un rencor.
—Yo no le hablo a nadie de Letras Libres. Se fue uno y llegó otro pero sigo sin poder hablar con ninguno de ellos, por algo de hace ya años.
—Yo tengo una pequeña anécdota con Letras Libres —lo anterior lo dije en un tono de voz medio baja porque no creí, ni lo creo ahora, que ese capítulo de mi vida sea gran cosa, pero como resultó la coincidencia se lo platiqué al maestro.
—Meses después de concluir el Diplomado en la Coordinación de Literatura, escribiría un cuento bastante explícito donde me auto criticaría con una gran rigidez y sin mascaras. Y también criticaría algunos aspectos de varios de mis compañeros del INBA. Al estar diciendo esto viene a mi mente mi maestra Josefina Estrada, cuando dijo que no debíamos tener miedo al escribir, que muchas veces las peores censuras en las letras son las que se auto imponen los mismos escritores. Que si pensábamos en qué dirían nuestros padres o amigos, jamás seríamos del todo honestos y que perderíamos ahí una valiosa parte del texto literario. Por ejemplo, jamás escribiría yo que estuve enamorado de mi prima, que salí con ella a conocer plazas y parques, calles y hoteles donde la toqué y la besé una y otra vez, miles de veces hasta tener una y otra vez deliciosos orgasmos. No diría que me separaría de ella a causa de la presión de mi familia y que ella me engañaría con no sé cuántas personas. No diría que yo no fui el único de la familia que salió con ella, ni que ella fue la única de la familia a la que yo besaría y tocaría. Tampoco escribiría, por ejemplo, que vería en la mirada de un amigo una malvada complicidad con la esposa de su hermano menor. Ni pondría en esta hoja de papel que mi amigo Armando alguna vez defecó en el patio de una casa ajena y que el muy gracioso pondría dos tabiques encima de su caca para cubrir su garabato. Pero aunque no lo parezca, escribir con honestidad es asunto delicado. Aun me persigue el malentendido con Efraín Bartolomé. Yo que no tengo nada más que dar que mis letras, no quise ser mal intencionado (si es que acaso lo fui).
»Entonces envié el cuento a Letras Libres, maestro.
Sonriendo dijo el maestro: —¿Y te lo publicaron?
—No, no me lo publicaron —se desconcertó un poco el Maestro al escucharme decir que no me lo publicaron—. Lo que sucedió es que una compañera del curso entró a trabajar ahí, y lo leyó. No le gustó lo que escribí sobre ellos y pues, estoy vetado de Letras Libres. Jamás voy a publicar ahí. No es el único camino, pero jamás voy a publicar ahí.
Me detendré aquí, querido lector, para decir que en quien menos pensé cuando escribí ese cuento titulado “La Fuerza de Reserva” fue en quien lo leyó. Itzel era un tanto retraída y tímida, con cierta ternura. Creo que era la más joven de todos, quizá también la más amable y sentimental. Pero no pensé en nada de eso la mañana que me mandó aquel mensaje en donde pondría un párrafo de mi cuento. Yo había bebido varias cervezas ese día y me encontraba contento con Tere y con la vida. Estaba a pocos días de entrevistarme con el autor de Ojo de Jaguar, así que sólo le respondí con una serie de sandeces sin mayor validez que mi locura y mi vergüenza.
—Esa historia es para un cuento, me has dado una idea para un cuento —dijo el maestro.
—Yo también pensé en la casualidad de coincidir en un alejamiento con Letras Libres.
Marco Antonio vio su reloj y supo que tenía que retirarse. Nos despedimos con un fuerte y enérgico saludo. Yo me quedaría con la intención de pedirle una carta de recomendación para entrar a Casa Wabi, pero fue tan agradable mi charla con él, que no me atreví a decirle nada de mi propósito de enriquecer mi literatura con una estancia de tan grande envergadura.
Fotografia por ecka’s echo
rodrigovzsr@hotmail.com
Rodrigo Velázquez Solórzano (1986) nació en la ciudad de México. Estudio letras en la Coordinación Nacional de Literatura, Arte Contemporáneo y Educación Artística en el Centro Nacional de las Artes, así como Ingeniería en Electrónica, con especialización en Automatización y Control, en el Tecnológico de Estudios Superiores de Ecatepec. Es profesor de Electrónica, Física y Matemática, actividad que ha complementado con la de escribir cuentos, poemas, obras de teatro, crónicas y análisis políticos.