Entre Elvis y Monet

La ley natural de este mundo es el devenir, todo llega y todo se va, el dinero, la suerte, el entusiasmo, la felicidad, la tristeza, las personas, todo se agita y luego se para, sólo para volverse a agitar; mira a tu alrededor, las cosas bajan y suben, como el dólar, como la gasolina, como la borrachera, todo cambia para volver a ser lo que era o a lo mejor otra cosa totalmente distinta.

En resumen, estuve platicando con Ella, estábamos en un café bastante mono, escondido, pero bastante concurrido, había una repisa con libros, y una foto de Elvis Presley, había otro, una imitación de un Monet, no sé mucho de arte, incluso creo que es la primera vez que escribo esta palabra, pero tengo amigos que saben, amigos galeristas y amigos pintores y amigos que hacen revistas.

Estuve platicando con Ella, en un café bastante mono en una esquina de la ciudad, viendo cuadros replicas y al Rey en su mejor forma, hacían un excelente match, el Rey y sus caderas y el cielo azul de Monet. No sé por qué pasan estas cosas, me imagino que todo responde a un orden superior, a una dicotomía de excelencia, un tambor retumbando en el paraíso; tampoco es que me mate tratando de entenderlo, no miro mucho hacia arriba en búsqueda de revelaciones, soy una de esas personas que no sabría qué hacer con un telescopio, mucho menos con un caballete, un rosario me sería casi imposible, por eso me sorprendo tanto cuando alguna persona que aprecio sufre con las secuencias de los problemas gigantes. A mí me gusta que mis amigos pinten y que hagan revistas porque me parece mejor que andar apaleando mendigos con bates de béisbol.

Es un trabajo honesto, como el mío o como cualquier otro y me molesta que tengamos que acabar todos enredados en historias que claramente nos superan. También sé que comparados con otros estamos aún entre los mejor enredados y que todavía tienen que empeorar mucho las cosas para que podamos quejarnos con soltura, pero en fin, cada uno tira con lo que tiene y sabe mejor que nadie lo que le queda en el plato, lo que tenía antes y lo que le va a quedar después al ritmo que van bajando las olas de los tiempos, o las tazas de café.

Estuve platicando con Ella, en un café bastante mono, entre un oxxo y una tienda de muebles caros. Estuvimos hablando de todo por alguna rato, menos de lo que deberíamos haber hablado desde el comienzo, no hubo rencores ni reclamos, los reproches los dejamos metidos en la maleta, y a medida que avanzaba la noche, la plática ablandaba los corazones, y hacia olvidar a los problemas y las amarguras mutuas. O quizá fue el whiskey de mi café.

Ella estaba ocultando un as bajo la manga, siempre ha jugado muy bien el blof; en la ventana de la puerta de servicio, su reflejo y el mío invocaban lo que me pareció una imagen divina, aun hoy, después de tantas vueltas que le he dado, no estoy muy seguro de lo que vi en esa ventana, lo que sí que veía era su mirada derritiéndose como la vela que estaba en la esquina de aquel café mono.

Me tomó de la mano, me dijo que me había extrañado, pero sin embargo, las cosas pasan así, por algo, por todo o por nada, pero pasan, como cualquier ferrocarril recorriendo el país.

¿Qué has hecho sin mí tanto tiempo? me dijo.

-Veras, tengo la impresión que tal vez he confiado demasiado en la buena suerte, pero es que veía todos esos concursos de la televisión y parecía fácil ganar todo el dinero necesario. Soñaba con ganar suficiente para irme lejos, quizá no tanto, o ir a tu casa y comprarte un anillo de diamantes, llevarte conmigo a ninguna parte. Viendo lo que hay, supongo que no he tenido mucha suerte. La gente piensa que soy un vago, pero tú sabes que no es cierto. Estoy trabajando duro en mi sistema. Lo tengo todo controlado, pero no estoy teniendo mucha suerte. Tú decías que si de verdad te quisiera, trabajaría para darte algo, una casa, o al menos un coche, o al menos dinero suficiente para pagar la luz y el agua. Decías también que un hombre de verdad no aguantaría que su mujer lo pagase todo. Puede que tuvieses razón todo el tiempo, pero también puede ser que no. A lo mejor yo soy un hombre de verdad, sin toda la suerte que se merece.

-La suerte no es la amiga más indicada al momento de confiar- me dijiste antes de levantarte de tu asiento con dirección al baño.

Miré entonces alrededor de aquel café y vi miles de mujeres bonitas sentadas con sus amigas, sorbiendo sus malteadas, con sus labios pintados de rojo, riendo con sus sonrisas de quirófanos, envueltas en suave tela que después caería para mostrarse en su estado natural, pero ninguna de ellas era la mía. Fue perturbador pensarlo, antes no sabía nada de esto. Pensaba, simplemente, que entre dos piernas siempre hay un aroma parecido, una idéntica fuente de juventud donde nutrirme, pero ahora ya no pienso eso. Lo juro. Mi reloj ya no marcaba las ocho. Ahora, pensé, ni siquiera puedo ser tan estúpido como antes. Tenía algo que coqueteaba entre la razón y el instinto, un vehículo suicida y todo el combustible necesario. No siempre fui bueno, claro. Había días en los que hubiera querido hacerle daño y días en los que de verdad se lo hice. Pero Ella también pegaba, así que las cosas no estaban muy desequilibradas.

Después de unos breves minutos de haber entrado al baño, se sentó de nuevo frente a mí, con su taza de café vacía ya, y en sus ojos unas ganas enormes de irse de ahí.

Sólo quiero que sepas -le dije- que ahora daría una mano por no haber hecho más por nosotros. Pero ya sabes cómo son las cosas. Este mundo empuja por todos los lados, y a veces no queda mucho sitio. En cualquier caso, teníamos algo que andaba en dos direcciones, ya ahora me paso el día viendo la televisión, y nada funciona, y hay un millón de mujeres, y muchas están muy buenas, pero ninguna es la mía. Un jodido millón de mujeres, pero ninguna es la mía.

Se levantó de la mesa con su bolso gris y su vestido negro, una sonrisa descompuesta adornaba su cara, me dijo que ya era tarde y tenía que estar en casa temprano, le ofrecí llevarla pero por su puesto se negó, le di un beso en la mejilla, y entonces se alejó con serenidad, dejándome sin su presencia y su cobijo; mientras se iba gambeteando las mesas, le dije en voz alta (o quizá lo pensé…) que la volvería a ver, quizá no donde pensaríamos vernos, no en un parque o en una librería, tampoco en el centro caminando con la mirada clavada en los zapatos, pero quizá en algún café mono, en algún lugar, algún día de otoño.

Fotografía: PJ Wang