Hoy escribo del cinismo de tu ausencia. De los largos mares de mi llanto que a hacia tí refieren. De las pocas cosas que me hacían feliz al salir de este mundo, de pensar que un solo beso tuyo calmaba mi dolor, amortiguaba esa caída libre que provocaban tus dedos y tu piel en contacto con la mía. Decías que mi poca paciencia acababa con la tuya, que mis mañana de ayuno hacían de ti un ser incomprensible, que cada dedo de mi mano tenía un propósito en tu cuello, en tu boca, nuca y en mi inefable manía de decirte cuánto te amaba, cuánto te necesitaba.
No sé si era sentimentalismo puro el mío, pero de algo estaba segura que todo esto no era más que limerancia pura, pura de este estado mental en el necesitaba imperante y obsesivamente de tu besos, de tu querer a medias, porque realmente todo era una parsimonia sin tí. Sentía el desasosiego tan denso que calaba a cada parte de mi cuerpo, de mis huesos.
Que acendrado era tu manera de dejarme, sin ninguna explicación, sin ninguna falla y sobre todo sin ninguna carta que explicará, como era que yo podría encontrar una manera de seguir viviendo sin tí.
Fotografía: Kevin James Neal