Voy a llegar y sabré que antes estuviste tú.
La letra “R” por ser neutra y modesta como una moneda encontrada y cuyo valor no representó aviso a extraños, es la misma que proporciona la dulzura a las letras que se cuelgan de su “patita inclinada”; Renata… ¡Romina!
Romina de vestidos azules, de uñas color azul, de latidos espesos, imagino tus ojos inquisidores e inquietos como un pes atrapado en un mar artificial que al mismo tiempo fue capturado por un globo plástico.

Tu padre preparaba sus dedos para cepillar tus cabellos finos y castaños, tú debías continuar tu andar y él recogería del suelo pedazos de ti; todos sabemos que las mejores redes son las que se elaboran con cabellos de niña, antes de dar vuelta y revés con las hebras se ofrece al mar una poesía a voz baja, casi como soltar un secreto.

Me pregunté por muchos días si sería madre de una sirena o tritón, no sé nadar, no deseo aprender, hace mucho que no piso una playa, ¿Heredaste tal vez la valentía de tu padre? Era la única explicación para mí pues sin pedirlo te subiste a un pequeño barco, confiaste en mi dominio al doblar papel y surcaste las aguas de mi vientre. Imagino que siempre era de noche y cuando mantenías tu ojos abiertos encontrabas una bóveda estrellada y profunda que repetía mis estornudos con la fuerza del eco.
¿Pero si no decide pasar sus días en el mar y le teme a los charcos de lluvia o al reflejo de su padre en ellos?, tal vez, quizá decida caminar… Corrí a buscar unas sandalias pequeñas, diminutas para tus pies, no conseguía elegir el color apropiado (es que no sabía en que parte de la Tierra firme querrías nacer); y regresé a ti en forma de silencio seco e incomodo, doloroso (me respondo que sí mientras escribo la palabra doloroso) nuestro abrazo duró doce semanas y el eco fue perdiendo fuerza, tú y mi cuerpo pactaron que mantuvieras los ojos cerrados, que la noche sería eterna porque las estrellas pronto dejarían de brillar.

Los embates de las olas siempre pueden más que un barquito de papel, las sirenas y tritones no nacen de cuerpos que caminan de por vida; tu padre escucho que el negocio de redes va a la baja y abandonó el cepillo con mango de nácar (yo permanecí en la misma casa, inmóvil y vigilante) él que tantas veces ensayo poesía en voz baja se fue en silencio, como quién cuenta un secreto.

Ya fui a la playa, no deseo nadar y de nuevo fui cobarde pues decidí no llorar, segura estoy que a la distancia brillaba como una pequeña moneda al Sol de medio día, modesta y neutra, pero ahora sin necesidad de ser encontrada por extraños.
Antes de salir de casa dejé tus sandalias diminutas, color terrestre, nuevas, en el último escalón.
Voy a llegar y sabré que antes estuviste tú.

Fotografía por Tatjana Šuški? Ninkovi?