Dieciocho de mayo

Hay momentos de decadencia en la vida de un hombre que son difíciles de afrontar. Todos te dan la espalda, o al menos, eso sientes.

Hoy es 18 de mayo del 2019. El mismo día, 18 de mayo, pero de hace un año, yo me encontraba en esa situación. No tenía un empleo, era becario en un periódico. Me daban 600 pesos quincenales para sobrevivir. Yo, desde hace algunos años, vivo con roomies. En ese entonces vivía en la calle de El Salvador, esquina 20 de Noviembre, número 77. En el corazón de la Ciudad de México. Con el dinero que me daban en el periódico apenas me alcanzaba para comer algunos días. No más.

Eva, en ese entonces mi chica, estaba extraña. Desde el 11 de mayo de ese año, 2018, pasaba algo. Ese día, 11 de mayo, era viernes. Yo estaba en casa. Le mandaba mensajes y marcaba a su teléfono y no contestaba ninguno de los dos. Un día antes habíamos tenido una discusión porque al marcarle, me daba tono de ocupado. Así estuvo toda la tarde. Yo, emputadísimo, la mandé al carajo.

Siempre acababa pidiéndome perdón, no pensé que esa sería la excepción. Cuando ví que no llegaban las disculpas me emputé más. ¿Cómo chingados no me iba a pedir que la perdonará? No me importó, no le di la importancia suficiente, y eso desembocó en una semana completa en el infierno. Al día siguiente traté de hablar con ella pero se negaba. No contestaba. No me llamaba. No decía nada, como ahora. Acabé mandándola al carajo. Y ella a mí también. No sabía que ocurría. Tal vez mi pobreza ha la había hartado. Siempre que salíamos ella tenía que pagar todo. No era cómodo para mí, pero nada podía hacer. Mi madre me apoyaba con el dinero de la renta y, cuando se terminaban los 600 del periódico, me daba para comer y para gastos de la Facultad, pasajes, etc. No podía pedirle más.

Eva entró en una especie de juego con mi mente. Me decía que me amaba y que siempre quería estar conmigo, pero poco después me mandaba a la mierda, me escupía palabras hirientes, me daba bofetadas con verbos que describían mi miseria. No sabía qué hacer ante tales reclamos y ante tanto desprecio. Era el amor de su vida, ella lo decía. Días antes de tener esa discusión que concluyó nuestra relación, habíamos peleado porque no contestaba el teléfono. Yo, al revisar la ubicación de su teléfono en Facebook, me dí cuenta que se encontraba muy cerca de su trabajo, al sur de la ciudad. Estaba retirado de su hogar, a pesar de que también vivía al sur, el trabajo y su casa estaban a unos 40 minutos. Al día siguiente le pregunté por qué no contestaba. Dijo que estaba en su casa, hablando con su tío. Esa mentira hizo que mis estribos se salieran de control. Quería lanzarle una bofetada, jalar sus greñas y arrastrarla por el suelo. Le dije que yo había visto que no estaba en casa, con la ubicación de Facebook. No supo que decir por teléfono. Terminamos un par de días y después me volvió a buscar. Quería verme y platicar. Acepté. Me dijo que había estado con una prima, que sí había salido a echar unas cervezas y que no me había comentado porque me iba a enojar. Le creí. En la semana del tormento, la mandaba a la mierda, y después ella. Fui a su trabajo a buscarla, lloré afuera del edificio suplicándole que me dijera que sucedía. Nada, respondía. Eva fue el amor de mi vida. Era guapa, sexy, linda, estaba rica. Puta Eva.

Después de un año, vuelve a buscarme. La ví hace una semana. Se quedó en el departamento en dónde vivo y cogimos toda la noche. Al otro día me dolía el pito de tanto fornicar. Estaba rojo como cautín. Me dijo que me extrañaba y que quería estar conmigo. Le dije que yo también. Ambos nos dijimos que nos amábamos. Le inventé que salía con alguien, aunque, en realidad, mi vida amorosa estaba más muerta que nunca. Le dieron celos. O eso fingió. Al día siguiente la lleve al metro, agarrándola de la mano, besándola durante el trayecto. Era como antes. Pero después, volvió a dejar de contestar mis mensajes, mis llamadas. Seguro estaba con alguien más. No importa, la disfruté como en el pasado, como hace un año.

Fotografía por Jocelyn Catterson