Larga vida a todos los “contame, yo te escucho” y que mueran los “te prometo que voy a cambiar”. Larga vida a todos los “no te preocupes, págame cuando podas” y a los “contame tu día”, a los que dan vía en el tráfico y a los amantes sin condición.
Larga vida a las mujeres que apoyan a sus hombres, a los hombres que idolatran a sus mujeres, muerte a los amantes cínicos. Que mueran los que corrigen la ortografía en público, los que recuerdan temores pasados, las que las hicieron las heridas y no se quedaron para sanarlas.
Larga vida a las mentes lógicas sobre los corazones sentimentales. A los comprensivos de corazón, esos que no indagan en el pasado de sus mujeres, ni en cuantos amantes hubo antes de ellos.
Que mueran los “tenemos que hablar seriamente”, los apáticos de corazón intacto, a los “aquí no vendemos cerveza”, a los “no me alcanza para comprar esto”, a las llamadas por cobros de tarjetas y servicio telefónicos.
Larga vida a los “mejor reite, no te queda de otra”, a las mamás que preparan las refacciones de sus hijos y los acompañan a tomar el bus del colegio, a los papás que madrugan más que la misma mañana, y tienen más fuerza de trabajo que el mismo Hércules.
Muerte a las largas esperas en la fila del súper, a la cotidianidad de salir de la casa cuando no hay sol, y regresar cuando este ya se metió. A los que se burlan del infortunio ajeno, a los ladrones en el tráfico.
Larga vida a la mujer amante del color rosa, la que lleva marcadores en sus bolsos, y al hombre que no mata insectos, el que siempre porta una llave vieja consigo y muerte a los indecisos e indecisas.
Fotografía: Bernardo Aldana