Si no fuera “suicidio profesional”
y social,
si no estuviera en el imaginario
que dejarlo todo
a seis meses de acabar la universidad
para ir a hacerte el amor
y poner una florería
como idea de “sonrisa no marchita”
está tan terriblemente mal
que es un desperdicio,
entonces dejaría todo:
la escuela
la ciudad
Bellas Artes
la colonia donde crecí
la Vasconcelos
la soledad que se empeña en abrazarme
los amigos que siento tan lejanos
-muy lejanos.
Y me llevaría las fotos
mis vestidos
algunos libros
la guitarra;
todo para el aeropuerto.
Tomaría un vuelo con camino al sur.
Llegaría -como la última vez- muy temprano.
Tomaría el Turbus a Pajaritos,
y ahí te volvería llamar
del mismo teléfono público
para avisarte que voy,
e iría.
Tomaría un Romaní a Valparaíso
y te vería otra vez,
tus manos temblando.
Y llegaríamos a casa
y otra vez no pasaría media hora
para que estuviéramos desnudos,
pero esta vez sin mirar disimuladamente (y con horror) el calendario.
Pondría una florería,
iríamos al mar,
a las Docas a acampar,
y no me sentiría tan lejana
tan ajena.
Y después,
qué sé yo,
lo que venga.
Seguir moviéndome
siguiendo al mar,
tal vez (ojalá) contigo,
los dos acompañándonos;
o con amigos nuevos
o con nadie más,
no importa mucho.
Siempre he tenido tendencias migratorias,
las heredé sin querer,
después se convirtieron
en tendencias de huida.
No son nuevas.
Pero la idea de huir hacia ti
me calienta el corazón
como cuando nuestros cuerpos están
enredados
en la mañana,
como el pelo
como las ideas
como las patrias.
La idea de huir
hacia ti
me hace
exhalar muy fuerte.
La prisa es miedo
y el miedo nos
de
rri
te.
Pero aquí las sonrisas no marchitas
no valen sin un papel
uniforme
unidireccional
unitario
universitario.
Fotografía: Bernardo Aldana
Siempre quiso escribir sobre ella en tercera persona. Le gusta el helado, los libros con café con leche, hacer documentales, acariciar aceras y leer en voz alta.