Amor
Me gusta sentir el peso de tu brazo y de tu aliento en la nunca,
es el peso deseado.
Hay un libro en la mesa que nunca terminas de leerte y otro en mi bolso que aún no he acabado.
Lo abrí por la mañana pero me distraje mirándote.
Había un espejo deformado y vi el libro colgando de mi mano.
El silencio era un impás entre tu respiración profunda.
Pasé página y vi tu boca entreabierta.
Tu cara desordenada y mi pensamiento simétrico.
Había un tesoro con monedas debajo de la cama.
Cerré el libro y me acosté a tu lado.
Quería que me vieses como yo te veo.
En la calma de tu sueño en mi lado de la cama.
Ahora hay una habitación vacía y un libro olvidado.
Es un recuerdo que desaparece a los cinco minutos.
Asco
Qué tonta soy por echarte de menos, cada vez que algo pasa, cuando tú no te das cuenta de nada más que de lo que tienes al alcance de tu mano, tu polla, que manda y ordena en cómo ves el mundo: en tu, para mí, realidad sesgada, en tus, para mí, segmentos vacíos que ocupas con la que llegue o quizá con comida, depende del día y del alcance de esa mano, depende de tus tres palmos de valentía, de lo que hayas bebido, de tus necesidades elementales, primarias, esas que cubres sin pensar en nadie ni en nada y que se articulan formando un eje sobre el que giras todo el tiempo, repitiendo el camino. Vete ya de una vez y déjame (sé que soy yo la que tiene que irse) estoy cansada de ese halo de tristeza que me provoco cada cinco segundos con una distancia exacta y una temporalidad desprovista de todo tipo oportunidades.
Fotografía por Martin Canova