CRONISTA COTIDIANO

Me siento como en el fragmento de una película o teleserie donde se muestra lo aburrida y monótona que es la vida del protagonista: los fondos cambian, pero la apariencia del protagonista permanece intacta un plano tras otro. El protagonista se incorpora de su cama. Corte de escena. El mismo protagonista en la parada del transporte público. Corte de escena. El protagonista en pie dentro del transporte público. Corte de escena. El mismo protagonista en el trabajo. Corte de escena. El protagonista comiendo. Corte de escena… Y así sucesivamente.
La monotonía ofrece cierta seguridad; para algunos, se trata del centro de una zona de confort a la que no se debe, puede o quiere renunciar. Ciertamente, es probable que el ser humano sea el único ser vivo con la ambición de cambiar ciertos patrones dado que, en teoría, es el único animal que se resiste de manera consciente a los pulsos que produce el instinto. Libre albedrío, le llamaron a la capacidad de poder contenerse a una reacción, y los nuevos tiempos la han renombrado como inteligencia emocional.
Sin embargo, la difícil tarea de contenerse en una realidad guiada en esencia por el caos -pues, a fin de cuentas, es el ser humano el único animal preocupado por obtener una emulación del orden en todas sus actividades- puede verse obstruida por el movimiento de quienes nos rodean -factores externos-. No es poco común ver cómo en la misma película de la que hablaba en inicio aparece un factor ajeno al protagonista que hace que, de golpe, se vuelva consciente de lo miserable de su propia condición, incitándolo a cometer uno o varios actos que, en tanto lo alejan de la monotonía asfixiante de su vida cotidiana, lo arrojan contra los abismos primitivos de su psique, en los que todavía es posible escuchar los ecos de algo naturalmente salvaje.
De forma tal que, retomando el inicio de este relato, mientras preparaba mi café matutino, en tanto en la radio daban el clima, pude sentir como si algo de cristal se quebrara en mi interior. Quisiera decir que no es nada -de hecho lo hice, internamente-, pero es imposible no ser consciente de lo que molesta. Mientras camino al trabajo, puedo sentir los fragmentos de cristal clavándose dentro de mí, y el eco de algo desconocido, anunciándose.

Fotografía por Denis Ryabov