Escribo estas líneas sudando. En cada una de las esquinas de las paredes del gimnasio al que asisto pusieron sendos carteles que recomiendan no llevar a cabo ninguna otra actividad mientras te ejercitas, pero nadie hace caso; el celular es un vicio al que nadie parece querer renunciar, ni siquiera por el peligro que pueda representar. Así es que yo no soy diferente de las otras catorce personas que usan la elíptica de forma distraída.
Una gota de sudor resbala por la pantalla del celular, la dejo correr; su presencia no parece representar amenaza alguna entre las letras y mis falanges. Uso los pulgares para escribir como lo hace la mayoría de la gente. Me pregunto qué sería de nosotros como humanos si esos dos dedos no existieran; cuántas cosas inventadas por el hombre no serían artilugios inservibles si prescindiéramos de ellos. Otra gota de sudor cae sobre la pantalla, pero esta vez aprovecho para limpiarla. A veces, como justo ahora, extraño la época en la que los celulares tenían botones que emitían sonoros chasquidos al ser presionados, y aunque todavía pueden conseguirse se trata de modelos descontinuados, pasados de moda, antiestéticos. Y aunque no se la persona más vanidosa, tampoco me gustaría correr el riesgo de parecer una persona que carece de medios para adquirir un teléfono decente. ¡Ah, cómo importan las apariencias en la actualidad!
Me gusta escribir sobre la elíptica porque el movimiento constante de mis pies parece, de alguna forma, alimentar mi creatividad. Ahora mismo casi podría convencerme de olvidarme de todas las mujeres del mundo para transformar a la elíptica en mi nueva musa. Alguna vez leí por ahí que varios escritores tomaban largas caminatas matutinas o nocturnas antes de ponerse a escribir, pero es probable que nunca hayan imaginado que, uno o dos siglos después, un fulano podría estar escribiendo mientras llevaba a cabo la ilusión de una caminata; mucho menos que el mismo fulano pudiera escribir en una pantalla y publicar lo escrito en unas fracciones de segundo. Es cierto, publicar algo en una red social no lo convierte a uno en escritor, pero recordemos que el de hoy es un mundo plagado de ilusiones, donde uno puede sentir que corre mientras sube a una caminadora o que posee una economía estable al comprarse un celular caro. Como ya dije, no soy muy diferente de los demás.
Fotografía por Denis Ryabov
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.