Los pasos resuenan en las cloacas de la ciudad, su profundidad ameniza la frialdad con la que se tratan entre pares. Nadie se reconoce como propio, han abandonado sus auténticas esencias por meditar entre la franja única del saber, el dinero y la mediocridad. Poco a poco abandonan la rabia de tener sueños y proteger la dignidad que últimamente, rara vez se confabula con el deseo.
Lentamente los cuerpos se desconectan del espíritu con el que se nació, el conocimiento construyó las divisiones para poder convivir con los demás, las historias han dejado de ser interesantes, cada uno esconde sus verdaderos sentimientos para no dejar visibles lo que realmente se desea.
Se han dejado de desear los destinos, los cuerpos son ausentes y la existencia aburre la contemporaneidad de rutina que se ha expuesto como máximo en cada uno de nuestros minutos.
Triste y fría, como el concreto. Los árboles susurran algo que no queremos escuchar, nos vuelve locos, insisten para que volteemos la mirada ante lo desconocido, lo implícito en el barrio, en la gente, la hipocresía de la felicidad en el dinero con versos al aire carentes de sentido y emoción.
La gente que debe dormir en sus pisos, habla mucho más de la sociedad que cualquier libro escrito. Todo está por fuera, gritándonos una vez más lo que no queremos escuchar, la rabia que abandonamos por querer ser lo que aquellos hombres grises dicen una y otra vez a nuestra espalda.
Fotografía por Isa Gelb