Esta es la historia de una caja, de una bento box de esas de sushis, pero podría ser de cualquier cosa. Una caja que alguien estaba comiendo y nunca terminó. A veces somos incapaces de acabarnos algo aunque nos guste mucho o precisamente porque nos gusta lo guardamos para después. También sucede que a mitad de la caja te cansas del sabor, ya no es el mismo que el del primer mordisco. Comida.

La caja se quedó en la nevera y un día, de pronto, otra llegó. Algunos cuando descubren algo nuevo quieren comerlo todo el tiempo. La bento box seguía ahí en el fondo, aún no estaba caducada.

Eran dos cajas y como todas las cajas se parecían. Las dos eran recipientes de eso qué vas a comer y que al principio no sabes a qué sabe pero te lo imaginas. Te ves comiendo lo que hay dentro de la caja con una serie o una peli, piensas en un vino que vaya bien o en música de fondo. Todos tenemos nuestros rituales, hay quien saborea lentamente y quién engulle. La comida es un placer.

Al tiempo, ese alguien se dio cuenta de que la bento box seguía olvidada y que ocupaba espacio en la nevera, entonces decidió reciclarla y tuvo que quitar los restos que tenían ya moho. Durante el proceso, poco agradable, se encontró que en el fondo la caja tenía un espejo, siempre había estado ahí, no se haba fijado.

Pudo entonces ver su cara y el reflejo del espejo le devolvió esa idea que un día le llevó a comprar los sushis. Fue algo rápido, una emoción mínima le recordó el cuándo y el cómo, solo un segundo, porque al fin y al cabo era una caja y la comida y las cajas cuando ya no valen se tiran. Se pensó si quedarse el espejo pero se le cayó al suelo. Tampoco le dio más importancia. Lo barrió con una escoba.

Fotografía por Lars Wastfelt