Ya venía preguntándome qué sería de mis nuevos tempos… Describía como amarga y sin sentido la nueva soledad mía. Ya no es dulce la agonía.
Sabía que perdería toda luz inmensa, que sucumbía de mis estrellas; ahora opacas, indignas y sin fuerza.
Encontré secas y sin aroma aquellas rosas que en mi habitación arrullaba, para el latir de mis pupilas desgastadas.
Lo que parecía, ya no está. Juzgar a esas almas -que atacaron con envidia mi buen augurio- ya no puedo. Intermitente es el miedo de descuidarme y fracasar.
¡El pasado ha quedado atrás! Tan lejano y tan incierto -casi surreal. Quizá fue un sueño del que jamás debí despertar. ¿Pero qué es despertar?.- Sí de jamases, llanto y mil versos, ya no se sacia el consuelo.
Quizá no sea su culpa. Ni del tiempo o de los malos momentos. Me encuentro distraída. Una daga imaginaria que encaja en mis desvelos, y distorsiona mi sonrisa, cada día más retorcida.
Ya no viste el suelo de serenidad, de aquel café teñido de romanticismo que me hacía delirar. Un reloj, de latir profundo, que me invita a esperarle, una vez más.
O es la marcha enrabiada de la comparsa: ‘Autocompasión & Prejuicios’, quién me dice que quizá sea mejor no esperar, caminar e ignorar la telaraña en que mis sesos se envuelven -una vez más-, bajo el intervalo de un tig-tag.
Fotografía: Leandro Furini