Así que esto es extrañar

Pienso en ti y un vacío invade en mi interior; es el extrañar a alguien dice la gente.

Recuerdo tu sonrisa estética, parecida a unos cuantos rectangulitos verticales formados en hilera, simétricos, casi tan perfectos que provocarían miedo si no fuera por las ordinarias manchas que te aparecieron por el café…ese que tomas en las mañanas en un adictivo impulso por sentirte reconfortado.

Nos conocimos en un café de sirenas y gente popular, junto a una glorieta de tintes elegantes en una ciudad que poco lo es.

Busco en cada rincón de mi interior y tras unas décadas en- el- mundo, no hay rastro alguno de sentimiento parecido al que aterrizó en mi estómago después de despedirnos por primera vez. Luego de abrazarnos y no querer soltarnos las manos como en un ansioso y desesperado acto por guardar un poco de aquél tierno apretón acogedor.

Tu voz me parecía un libro de recuerdos que jamás había abierto pero que estaba a punto de reconocer. Tus ojos, la mirada pura y noble, el mejor reflejo de lo que ambos sabíamos que estaba sucediendo.

“Somos del mismo color” dijiste. Y aún si no lo fuéramos no me importaría compartir por siempre un poco del mío contigo.

Pero tu color champagne, burbujeante, ese que despertaba conmigo entre risas al amanecer, se apagó en una noche solitaria. La sonrisa después de una buena cogida dejó de parecer una semiluna brillante, más bien, se tornó recta, casi hostil.

En mi espalda sólo queda ese espacio frío que sustituías con tus brazos.

La cama pareció volverse más ancha, el abismo se agrandó entre tú y yo, yo y tú y las tardes juntos en tu sillón.

Te extraño y es difícil aceptarlo, pues no hay momento del día en que mi mente no tambalee en un baile decepcionante recordando tus manos calientitas alrededor de mi cintura. Apretando y soltando como intentado tomar cada vez un poquito más de mí.

En la espalda el frío me consume.

Quiero dormir, dormir, dormir, pues es imprescindible soñarte cuando no estás cerca para así sentir que no te has ido. Y entre sueños, de vez en vez y entre bocanadas de aire, se me escapa un suspiro; ya sabes de esos que llevan un nombre y te hacen sentir vivo. Se apacigua el encandilamiento cuando despierto y sólo queda tu recuerdo; mierda de nuevo ese hueco.

Extraño nuestras piernas amarradas entre nudos, huecos y telas. Tus pies desnudos, rosas, sobre la mesa.

Extraño recostarme en tu pecho mientras escuchaba cada latido de tu cuerpo en un tono unísono de sangre corriendo entre intensa hiel. Y es que sí, ya sabía lo que pasaría.

Y aquí estoy parada en un mundo en el que ya no estás. Con la mirada hacia enfrente y pensando en lo que me depara el futuro. Y aún ahí, con el porvenir brillando y esperando, no soy capaz de dar un solo paso para avanzar.

Fotografía: Tiago Almança