APARICIÓN SIBERIANA

Por la noche, frío. No cualquier frío, sino aquél que imaginas fue protagonista de varias amputaciones en los campos de trabajo forzado de Siberia. Pero sabes que exageras; aún cuando el viento te hiela la sangre y has dejado de sentir los dedos de los pies, estás consciente de que podría ser peor, y que tu comparación haría enfurecer a cualquiera que haya vivido bajo el régimen comunista. Inmediatamente imaginas frente a ti el rostro malhumorado de un ruso que te mira con desprecio, como si hubieras cometido una falta gravísima por imaginar siquiera que esos seis grados se comparan con los diez bajo cero o menos en los que pasan la mayor parte del tiempo en esa región de Europa. Además, este ruso imaginado no es un hombre cualquiera: ha perdido un brazo y una pierna y, sin embargo, de tanto en tanto empina una botella de vodka y un cigarrillo contra los labios, todo con la misma mano, es decir, la única que le queda. Tu visión de repente parece tan real y cercana que estás convencido de que puedes tocarla, pero antes de que puedas siquiera estirar la mano se esfuma bajo el brillo de las luces delanteras de un camión. Tu transporte ha llegado y no puedes evitar sonrojarte de pena cuando la calidez del interior del camión te abraza el cuerpo y te hace recordar el acertado desdén con el que, momentos antes, aquél ruso imaginado te miraba. Perdone, musitas, como esperando a que la ilusión reaparezca para contestar o asestarte un golpe, pero nada ocurre

Fotografía por Pierre Wayser